viernes, 1 de enero de 2016

La Academia de las musas


Empezó de crío viendo mucho cine, de todo tipo. Al poco tiempo, con una pequeña cámara de Súper 8 mm, hacía sus propias películas, a las que les asociaba un cartel y un título con un cierto tono poético, surreal, fantástico. Ya por la mayoría de edad, rodó algún cortometraje profesional, en 16 y ahora no recuerdo si hasta 35 mm, que se llegó a estrenar. Mientras, seguía rodándolo todo con su cámara de S8. Estoy convencido de que su entero historial sentimental se puede vislumbrar en esos metros y metros de película acumulados, que en algún momento se trastocaron en cintas de vídeo y más recientemente en ficheros.
Por el medio ha rodado y estrenado una serie de películas muy personales que, junto a una sedimentada visión, de las más lúcidas, sobre una historia del cine y su lenguaje que ha ayudado a afrontar y a apreciar dando clases por aquí y en Latinoamérica, le han situado en un punto destacado del cine europeo que importa.
Pero junto a películas realizadas con actores y un equipo considerables -que esperamos vuelva a abordar pronto, porque es un campo que no nos podemos permitir que deje de lado- nunca ha abandonado en sus desplazamientos su pequeña cámara con la que ha seguido rodando, de la misma forma que un pintor lleva consigo un lápiz y un cuaderno y va haciendo esbozos de todo aquello que le toca a fondo, y que podría derivar en otro cuadro. En cierta forma "En la ciudad de Silvia", pero también "Guest", o "Recuerdos de una mañana" tienen su origen en esta práctica.

Hoy, 1 de enero de 2016, se estrena por varios puntos de España (en Barcelona lo hace en los cines Balmes, Boliche y Verdi) otra película suya que, surgiendo de ese mismo procedimiento de origen, podría por su tema y desarrollo corresponder al otro tipo, el que marcaron sus tres primeros largometrajes, o incluso a un cine de ficción de los que seguimos buscando por los cines que van quedando.
"La academia de las musas" (José Luis Guerin, 2015) arranca, salvo alguna escena colateral ambiental, con la grabación de las clases de Raffaele Pinto, profesor de Literatura Italiana de la Universidad de Barcelona. Eso habría sido, a su manera, suficiente, porque quien haya oído en alguna ocasión a Pinto sabe del poder de sugestión de sus palabras. En una sesión organizada por el Projecte Pasolini Barcelona, por ejemplo, en la que se le pidió que hablase de la poesía de Pier Paolo Pasolini, fue peinando poco a poco, reiteradamente, uno de sus poemas, introduciendo información que podía ayudar para situarlo y analizarlo con más elementos, hasta que, de repente, tras la acumulación de todos esos pases de peine, lo descubrimos de arriba abajo, entendiéndolo de una forma que no habríamos podido hacerlo nosotros solos.

Pero no es esa la intención ni mucho menos el tema de la película que, como iremos viendo, se fija precisamente en la fascinación que las explicaciones del profesor van teniendo en sus alumnas, va contemplando desde una cierta distancia los enredos ocasionados, descubre otros puntos de vista que hacen bajar de las alturas a las que se habían encaramado las proclamas y teorías tan sugerentes de Pinto y, de paso, junto a irónicas batidas cercanas al vodevil, que vuelven divertida por momentos la película, recorre también una particular búsqueda de la arcadia, perdida en el mundo de los pastores de Cerdeña, o se asoma a la boca del infierno de Dante.
Yo me regalaría el arranque del año con la visión de la película, por si acaso. Y a ver si en 2016 films como éste se constituyen en esa parte de oferta inteligente que siempre debería ofrecer la cartelera, y perduran en ella.

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