martes, 5 de enero de 2016

Kenji Mizoguchi, la vida de un cineasta


Me ha gustado mucho cómo empieza “Kenji Mizoguchi, la vida de un cineasta”, el documental que sobre él realizó en 1975 Kaneto Shindo, una copia en 16mm del cual perteneciente a la Fundación Japan está haciendo una gira por diversas filmotecas españolas: Se oye un diálogo entre Shindo y los responsables del hospital de Kyoto en que murió Mizoguchi en 1956. No le quieren dejar entrar para filmar, y entonces él explica las razones por las que lo cree imprescindible, conformándose con registrar únicamente el pasillo de la cuarta planta. Ese pasillo, muy evocador, totalmente vacío, aparece entonces. A continuación, por corte, sigue lo que podría ser el trozo del pasillo oculto, que acaba en una puerta abierta a un balcón, desde el que se ve mucha vegetación, y por la que entra una potente luz. Otro corte nos lleva al cementerio, un jardín que nos presentan como la continuación de esa visión verde del balcón, y en el que aparece la tumba de Mizoguchi.
Tras esta escena introductoria se suceden, siguiendo más o menos su filmografía, entrevistas con actores, productores, guionistas, pintores… que trabajaron en las películas de Mizoguchi. La rudeza de la copia de 16mm, el no conocer sus películas iniciales, que Kaneto Shindo se pasa todo el metraje soltando unos sonidos guturales de asentimiento muy molestos, y que ha habido un serio problema con el subtitulado que ha hecho parar la proyección varias veces me ha despistado, y debo confesar que cuando se ha solucionado todo me he quedado –echemos la culpa a mi resfriado- bastante traspuesto.
Cuando he vuelto en sí ya estábamos viendo las entrevistas correspondientes a sus obras maestras de los años 50 y he captado cómo Shindo va completando el retrato de un hombre terrible, un auténtico tirano, inicialmente putero y siempre proclive a ir con alguna copa de más. Que no tenía la más mínima consideración con sus actores y colaboradores, a los que mantenía totalmente aterrizados, empleando con ellos una crueldad descomunal, se detecta por el par de anécdotas en las que un simple gesto humano (posar un abrigo en los hombros de su actriz, para que no cogiera demasiado frío, dar lumbre a un cigarrillo) es recordado pasados los años como algo raro, extrañísimo, que pasó en una ocasión y nunca más.
Cuelgo una imagen de una de las entrevistas más sorprendentes. Es Kinuyo Tanaka, la actriz de “Vida de Oharu, mujer galante” y de muchas de las grandes películas del director. Y el diálogo que surge ante nosotros lo construye Shindo para desvelar lo que pudo haber de historia sentimental entre ambos: espeluznante. Ella nos viene a decir que era un hombre sin vida más allá de su cine, y que si llegó a estar en algún momento enamorado de ella, lo debió ser de la actriz de sus películas.
Las declaraciones de la época final, él ya en el hospital, enfermo, son muy emotivas. Me he apuntado la frase final de unas notas que dejó escritas: “Otra vez el frío del otoño. Quiero volver a trabajar con todos vosotros”.
Una película pesada, pero de importancia capital, a no olvidar, si se quiere conocer un poco la personalidad del director japonés. (Ya que no he encontrado el fotograma con el pasillo del hospital ni el de la tumba de Mizoguchi, cuelgo también esta foto de Godard postrado en el cementerio ante ella).

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