No sus preocupéis ustedes, que ya he acabado la lectura de "La Saga. Cinéastes de norte temps" (André S. Labarthe, Capricci, 2011), y ésta será la última entrada que le dedicaré.
Por lo visto leyendo sus declaraciones a lo largo del libro, Labarthe juega con la amistad a prueba de fuego de unos cuantos personajes, lo que le permite soltar unas cuantas con bala, sin que la sangre llegue al río. Uno de ellos, sin duda, es Godard, de quien en varias ocasiones deja ir que una serie de circunstancias afortunadas le dan una apariencia de profundidad que en absoluto posee. Paralelamente, su complicidad llega a divertirse con bromas crueles del estilo de la vertida por JLG con respecto a Antonioni: cuando Labarthe le discutía que fuera un buen momento para hacer un episodio sobre él, dado que era afásico, y no podía hablar, Godard le respondió que "entonces lo llamarían 'Los silencios de Antonioni' ". Para quitar hierro a la cosa, Labarthe explica que se lo contó a Antonioni y éste rió.
Otro amigo a prueba de fuego debe ser, sin duda, Jean Douchet. Era quien entrevistaba a Rohmer en el episodio dedicado a éste en 1996, y no es en este capítulo la primera vez en que se mete con su extremado peso, que le conduce a situaciones como ésta, que suelen ocultarse al menos en libros de venta pública: "Douchet, que llevaba la entrevista, siempre era filmado de espaldas, cara a Rohmer. Un día pedí al cámara que girase alrededor de la mesa y entonces hacer una panorámica de 180 grados para encuadrar al contracampo, es decir, a Jean Douchet... ¡que dormía! La secuencia está en los descartes, porque no la monté. Rohmer se dio cuenta que Douchet hacía la siesta, claro. Pero, como gran profesional, le hablaba como si éste le escuchara con una atención sostenida. Rohmer era realmente de una delicadeza sideral.
También es verdad que no debe ser amigo, y eso no le evita cargar contra, por ejemplo, de Alain Bergala, relatando la sutileza de Érice para intentar completar un episodio falto de sustancia. O de Abel Ferrara (de quien explica con pelos y señales cómo debieron atarlo en corto para que no se la jugara continuamente con sus trapicheos con las drogas). O en su día de Georges Franju, de quien deja clara su tendencia a la bebida.
Pero es este tipo de malvadas anécdotas, normalmente ausentes en un libro como éste, juntamente con algún planteamiento de puesta en escena, lo que hace interesante su lectura.
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