En el primer plano aparece paseando por la campiña del noreste de Londres haciendo ir con ella a su perro, ya entrado en años. Al llegar a casa está su marido, Geoff, y uno entiende que ella, nada menos que Charlotte Rampling, es el corazón, el motor de esa casa. A lo largo de “45 años” (Andrew Haigh, 2015, ahora en el Meliès) vuelve a aparecer el perro yendo a recibirla, o acompañándola por la casa o el jardín, haciendo oír su respiración.
Toda la película está hecha desde el punto de vista de ella. Él, Tom Courtenay, está muy bien en su papel, porque aparece viejo, bastante alejado de todo, y más que lo va a estar, porque una noticia que llega por carta lo ensimisma más, al tiempo que desequilibra la posición que ella creía tener bien asegurada. Una niebla la envuelve por los Broads cuando sube a la cubierta de un barco. Y, poco a poco, definitivamente, ese motor va convirtiéndose en un centro desdibujado.
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