lunes, 27 de marzo de 2023

Titicut Follies

Las Titicut Follies, que abren y cierran el documental.

Llegada de presos con enfermedades mentales atribuidas llegando al hospital.

Un recién llegado confiesa estar mal (ha violado a una niña, y no es la primera vez) a un médico que mecánicamente va escribiendo su declaración.

Es bien sorprendente su inicio -una festiva canción de varietés, interpretada por un coro en un escenario-, en un documental que sabes sobre una prisión psiquiátrica norteamericana.
Pero la siguiente escena ya niega cualquier posibilidad de equivocación o de dulcificación. El presentador del show luce en ella el uniforme de guardián, y junto a otros, obliga a unos cuantos hombres, en general con la evidencia de la enfermedad mental en sus rostros, a desnudarse y recoger las prendas que vestirán como uniforme de presos de la institución.
“Titicut Follies” (1967) fue el primer largometraje documental de Frederick Wiseman, quien a partir de entonces se auto-impuso el trabajo de radiografiar las más diversas instituciones de todo el orbe, siempre procediendo del mismo modo: rodar todo lo posible, todas las acciones que se pueda, sin evidenciar su presencia, pero sin ocultarla. Seleccionar luego las escenas que mejor definan lo documentado. Los resultados son siempre, en su caso, espectaculares.
Había visto bastantes documentales de Wiseman, con lo que conocía la fuerza de su cine, pero este primero suyo, que marca ya su estilo y resultados, es posiblemente el más brutal de todos, sobre todo por la naturalidad con que refleja se producen los más inhumanos atropellos a los allí residentes.
Los guardianes hacen circular desnudos por todas las dependencias a los internos, que duermen en unas celdas cerradas herméticamente y no contienen ni un solo mueble. Se burlan constante y cruelmente de quienes merecerían una consideración y cuidado. Vemos cómo un médico, mientras sigue fumando, introduce en vivo una sonda por la nariz a uno de ellos para alimentarlo a la fuerza. Oímos reflexiones cargadas de lógica que son tomadas por el pito del sereno.
Una nota final señala que la autoridad judicial ha obligado a la película a informar que ha habido cambios y mejoras en el hospital desde 1966, que debió ser el año de rodaje. No creo que la nota alivie a nadie del desasosiego que va dejando, sin pausa, escena tras escena, el film.
Un film, por otra parte, que ya he inscrito como de la mejor valoración entre los enormes documentales sobre instituciones mentales que he visto nunca. A la altura de los de Depardon, por ejemplo, si bien quizás más desesperante.
Empezaba a descreer de Filmin, cuando nos ha agasajado con una buena muestra, numerosa, de documentales de Wiseman. Hay que agradecérselo en lo que vale. Y sus suscriptores felicitarnos. Con ellos amortizamos de largo la cuota anual.

Rutinas diarias. Pasean a los reclusos/pacientes, desnudos, por toda la institución. Alguien limpia la desnuda celda.

Un hombre repite a voz en grito un discurso que incluye a todos los famosos personajes políticos del momento y la historia.

La atroz escena de la sonda, casi insoportable.
 

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