Un médico del metropolitano llama para protestar -como se ve hace continuamente- al hospital desde donde le han traspasado una paciente, poniendo en serio peligro su vida.
Hay a quien le gusta ver series de hospitales, y se dejan engañar con las discusiones esas sobre si será mejor este tratamiento de choque que aquel otro, y cosas así.
Yo les recomendaría que se dejen estar de estas edulcoradas historias y se inyecten en vena -eso sí sería un tratamiento de choque- “Hospital” (Frederick Wiseman, 1970; en Filmin).
Un primo mío hizo varias guardias nocturnas, como prácticas de estudios de medicina, en la Pere Camps durante un periodo de los más moviditos de Barcelona, donde quedó curado de espantos. Lo he recordado mientras veía, en el documental, los distintos casos a los que ha de responder el equipo del Hospital Metropolitano de NY en sus limitadísimos espacios, en los que por momentos se agolpan máquinas, médicos, pacientes, policías y en ocasiones hasta algún curioso, estorbándose unos a otros.
Si hay un tema que aflora en casi todos los casos captados por la cámara de Wiseman, es el de los zarpazos de la pobreza, y si se saca alguna conclusión del film, tras superar hasta alguna operación en vivo, es la de la existencia de unos problemas sociales de aúpa, que estamos lejos de atenuar.
Wiseman acaba -como no debe descubrirse el crimen del hospital, explicarlo no es spoiler- rodando una misa a la que acuden varios pacientes del centro. En ella el sacerdote lanza un sermón en el que, como todo consuelo para los que han ido a seguirla, les conmina a dar “gracias a Dios, por Dios”.
¡Manda…!
No acabo la expresión que utilizó e hizo popular un ministro del PP para que no me censuren los mecanismos de esta santa casa.
Un travesti lamentándose en el hospital.
Tras un intento de suicidio. Presenciaremos -aviso para almas delicadas_ hasta una enorme vomitada.
Transmitiendo su incapacidad a un paciente que debiera ser atendido por otros servicios.
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