Tomás Delclós y Rafel Miret.
Es difícil acotar estas cosas, pero creo que conocí a Rafel Miret y a Tomás Delclós a principios de los 70. Acudían a las especiales sesiones que montábamos los sábados por la tarde en el CCI, un cineclub de ahí lejos, la zona universitaria de la Diagonal.
Cuando conocí mejor a Rafel Miret, creo, ya había dejado de ver a Tomas Delclós, algo alejado de la cosa cinéfila por sus actividades profesionales, y después sólo (con tilde) me crucé con él en dos o tres ocasiones.
Todo esto lo he recuperado en la memoria tras asistir ayer a una estupenda sesión organizada por Miret, en la que Delclos presentó “El hombre que mató a Liberty Valance”. La presentación me pareció magnífica, tanto por lo esclarecedor de su biografía como de lo cinematográfico.
Lo de su biografía lo digo porque Rafel Miret, al introducirlo, le fue sacando, es verdad que casi con sacamuelas, una a una sus etapas como periodista. Reconoció haber trabajado durante diversas temporadas en Dirigido Por, Fotogramas (“con una directora que no escribía una línea, pero sabía hacerlo muy bien, por lo que aprendí un montón”) -donde llegó a hacer de sustituto temporal de Jaume Figueras como Mr. Belvedere cuando éste, cansado, lo dejó-, Tele-Exprés, Avui, El Periódico y, finalmente, El País, donde, después de llevar Cultura y Espectáculos (“un trabajo de despacho, es decir, leyendo muy poco -poca cultura- y viendo muy poco espectáculo”), fue ascendiendo, haciendo de todo (“excepto Economía y Política, porque en todo lo otro se puede aprender mucho, pero hablando con un economista o un politico, no se aprende nada”), hasta llegar a ser subdirector.
Fue entonces cuando, habiéndose lanzado a opinar sobre periodismo, que señaló estaba pasando unos momentos apurados, viéndome tomar alguna nota, me lanzó una amenazadora advertencia:
-¡Eh! ¡No me saques esto en Facebook!
Con lo que -decepcionando un servidor un montón al bueno de Mr.Peabody- pasaremos al punto cinematográfico…
Comentó la preferencia de “El hombre que mató a Liberty Valance” por parte de unos cuantos famosos, explicando entre otras cosas que Javier Cercas había estructurado su “Soldados de Salamina” invirtiendo la estructura narrativa de la película.
Siendo de 1962 -continuó-, John Ford ya había más que demostrado anteriormente dominar el color y, sin embargo, la preparó en blanco en negro, cosa que se suele explicar por alguna de estas tres razones:
-Esconder la edad de los galanes.
-Ahorrar
-Jugar con las sombras
Ni que decir tiene que Tomas Delclós se decantó por apoyar esta última teoría, señalando que -como comprobamos más tarde- contenía unas escenas -todas las relacionadas con el duelo nocturno- deudoras del mejor cine expresionista.
La presentó como un western crepuscular, que presenta el arrinconamiento de todo un mundo, un poema a la renuncia amorosa y una película que le emociona a cada nueva visión.
Por mi parte, tras verla de nuevo, no negaré ninguna de esas aseveraciones. Al contrario: creo que daré una alegría al editor de “La charca literaria”, que siempre me está reclamando nuevos textos, porque creo haber sacado suficiente material para escribir otra entrada para la sección “Casi lloré cuando vi esa escena en el cine”. Y además diré que:
-Tomas Delclós recalcó, con razón, que, si bien el cine de John Ford suele ser recordado por los grandes panoramas abiertos, esta película está rodada en su mayor parte en interiores, y con cantidad de gente en cuadro. Ahora que estoy en cierta fase de obsesión por el tema, añadiría que es también una película de continuas y notorias ventanas y puertas. No sólo desde el interior se configura lo que va a llegar porque se ve a través de una ventana lo que pasa en la calle o desde la calle se vislumbran las luces y a veces siluetas de los interiores, sino que muchos de los interiores se configuran como espacios dobles, articulados, con una puerta entre ambos. Así, por ejemplo, Ranson Sttodard (James Stewart) es enmarcado por una de esas puertas interiores mientras observa cómo su amada Halley (Vera Miles) dispensa una inusitada atención al cactus ofrecido por Tom Doniphon (John Wayne)
-Me pareció impresionante, a poco de empezar el film, el acercamiento de la cámara hacia el antiguo shérif cuando éste, respondiendo a Halley, que le había hablado de lo enormemente cambiada que estaba la ciudad, sentencia que “el desierto sigue igual”.
-Capté la amargura con la que el senador (James Stewart) asume esa frase final que le dicen: “Nada es demasiado para el hombre que mató a Liberty Valance”.
Y me gustó mucho lo que Tomas Delclós echó en cara, ya en el coloquio, al personaje de James Stewart: que le dijera a Halley que qué mal no haber visto nunca una rosa, sembrando en ella la comezón por ir a vivir al Este.
Desde la cocina, James Stewart observa la emoción de ella ante el obsequio de un cactus que le ha hecho John Wayne.
Sombras provocadas por la luz de una ventana.
Interior y exterior.
Dos espacios, dos cuerpos articulados, con una puerta como bisagra entre ellos.
Y más.
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