Un singular artefacto, la segunda película que he visto de la “Setmana del Cineclubisme” en la Filmoteca (que sigue unos cuantos días más), “Homo Botanicus, Guillermo Quintero, 2018).
Fui ayer sin saber más que su título y que era una película colombiana seleccionada por los cine-clubs de ese país. Incluso, a pesar de esa correa de Nikon del botánico de la foto con la que se ha publicitado, pensaba que era un film ambientado en la época de las grandes expediciones botánicas y, una vez empezada la película, me puse a observar las camisas y material de jos botánicos, para datar la época representada, pensando que esa camisa, tan contemporánea, no había estado bien escogida para su función.
Al iniciar esa observación sobre el quehacer de esos dos botánicos, profesor y ayudante, recorriendo bosques y selva colombiana para capturar, identificar, catalogar y coleccionar especímenes vegetales, me pregunté un par de veces qué hacía yo -lo más alejado de esos intereses- ahí viendo eso, pero poco a poco, hecha la idea, fui entrando en la película y viendo todo lo que ésta tiene de registro de una obsesión, de meticuloso coleccionismo, de exploración de la etimología, de transmisión de conocimientos entre profesor y alumno,...
Por el final del film se abandona el trabajo de campo y llegamos a los invernaderos y otras dependencias de la Universidad de Bogotá y un narrador que ha ido expresando sus dudas, emociones y descubrimientos (el mismo Guillermo Quintero) establece, nombrándolos, un elogio a todos los botánicos que por ahí han sido, desde Humboldt hasta Julio Betancourt, el protagonista de “Homo Botánicus”. Es por entonces cuando vamos tomando plena conciencia de que la película es también un canto a la biodiversidad en peligro, que de forma tan laboriosa nuestros protagonistas y otros como ellos tratan de historiar. Es también, creo, cuando se oye la palabra pergeñada, en tono irónico, para definirlos: “orquidiotas”: personas que han quedado atrapados por la belleza de las orquídeas y se lanzan a buscarlas (aunque tengan que encontrarlas en lo alto de la copa de un árbol de la selva) y catalogarlas, asociándolas a un concreto lugar.
Tras dos años y medio de rodaje (por esos entornos un film como éste es siempre una heroicidad que supone mucho tiempo de una vida), Guillermo Quintero, en un magnífico coloquio, que hace confirmar el buen instrumento que es el coloquio, ese elemento habitual en los cineclubs, cuando se puede contar con la persona que ha estado volcándose en el film proyectado, ha indicado que su época académica, de biólogo, sus pinitos botánicos, ya pertenecen al pasado y que ahora está preparando una película que hablará de una zona del norte del país, en su dia ocupada por las FARC. En ella seguirá la evolución de un adolescente de la región, que crece al tiempo que evoluciona la misma región. Habrá que estar atento para su visión.
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