viernes, 23 de octubre de 2020

William Kentridge en el CCCB

Soho Epstein, en la primera pieza.

La aparición del “azul Kentridge”, normalmente asociado a asuntos de amor, como el que se disputan los dos personajes.

Félix Teitlebaum, habitualmente desnudo, en lo que debe ser su estudio, con sus ensoñaciones.

Puede recordar un poco a las antiguas sesiones continuas de los cines: llegas en el momento en que llegas y luego, al finalizar la película, te quedas, esperando que vuelva a empezar, hasta enlazar.
La serie “Drawing in projection”, que comenzó en 1989, es la que estructura toda la exposición “Lo que no está dibujado”, de William Kentridge. Al menos es la que ocupa (junto a unos cuantos tapices, una sala final de pinturas producto de las animaciones vistas y un par de entrevistas) casi toda la planta superior de las dos ofrecidas para el acontecimiento (hasta el 21 de febrero) por el CCCB. El piso inferior (creo que no había pasado nunca, esto de que una exposición ocupara allí dos plantas) contiene la espectacular Instalación “More sweetly play the dance”, que ocupa todo el largo disponible, como un cine con pantalla a lo ancho por la que los espectadores pueden ver pasar una eterna y exótica procesión. Pero sólo fuimos para ver la impresión y, como a todo, hay que volver con calma y tiempo.
Jordi Costa, actual jefe de exposiciones del CCCB, explica las aventuras que han debido seguir para finalmente poder inaugurar este mes una exposición que estaba previsto se inaugurase, inicialmente, el mes de mayo. Pero, como no hay mal que por bien no venga, el retraso ha permitido contar con una pieza más de la serie, acabada recientemente por Kentridge.
También explica -él que conoce cantidad de cosas de cine, incluido el de animación- la excepcionalidad de un autor que, lejos de los numerosísimos equipos empleados en la concepción de la casi totalidad de películas de animación actual, elabora sus piezas de forma artesanal, dibujando al carboncillo, borrando y dibujando encima de la superficie borrada, en la que quedan las huellas de la operación, y filmando él mismo, pacientemente, el resultado de cada fase elemental. Completar una pieza le lleva actualmente del orden de ocho meses.



Jordi Costa, al que hicieron quitarse la mascarilla para que se le entendiera un poco.


Las discusiones para formalizar la exposición (Kentridge se ve que controla todos los aspectos de la misma, exigiendo un volumen sonoro fuerte o hasta la situación concreta de cada silla -en este caso como mobiliario algo desparejo de escuela- para que pueda sentarse cada espectador y así contemplar bien la obra), los transportes necesarios, todo se ha debido efectuar teniendo en cuenta que William Kentridge vive en Johannesburgo...
Y Johannesburgo, la enorme, brutal ciudad surgida en terrenos de minas de oro, sobre todo inicialmente, en las piezas que por el momento he visto, tiene un papel importantisimo, siendo su historia un protagonista innegable más. En toda la serie hay dos personajes básicos, Soho Eikstein, industrial minero, y Félix Teitlebaum, poeta, enfrentados por el principio dialécticamente -dos concepciones del mundo- hasta llegar a hacerlo como se enfrentaban a garrotazos aquellos dos personajes, con sus piernas semienterradas, de Goya, uno de los referentes reconocidos de Kentridge.
Igual que los dibujos dan la impresión de irse perfeccionando, resultando más elaborados a medida que va pasando el tiempo de su producción, los personajes de Soho y Félix, que eran al principio tan diferentes, van pareciéndose cada vez más entre sí y -sorpresa- sobre todo al mismo Eilliam Kentridge.
Al menos existe en Barcelona esta impresionante alternativa para esta época en que parece que todas se vayan cercenando, si no suprimiendo totalmente.



Uno de los dibujos que cierran la exposición. Jordi Costa comenta el precio desorbitante de cada uno de estos dibujos, que no son sino una especie de “subproducto” de su proceso creativo.

La sala con los paneles del piso inferior.



 

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