Fernand Melgar, captando rostros, acciones, en una clase.
Una monitora con una niña muy activa con fuertes y peligrosos problemas motrices.
Una madre entrega a su hija a la escuela por primera vez. No se ha separado de ella, porque lo precisaba, durante los cinco años de su vida, ni de día ni de noche.
Había visto una película del naturalizado franco-suizo Fernand Melgar. En ella iba pacientemente observando con su cámara y preguntando a una serie de inmigrantes confinados en un centro a la espera de ser repatriados a su país en un vuelo especial.
Por TV5-Monde pasan su última película, “À l’école des philosophes” (2018), en la que hace básicamente lo mismo, pero cambiando ese centro por una escuela especial para niños con discapacidades mentales. Sólo que, como son niños de unos cinco años y bastantes con dificultad para hablar, su procedimiento no contempla interrogarlos directamente, sino que sólo en asistir al trabajo de los monitores con ellos, su reacción, ciertas conversaciones entre padres y monitores. Si en esa anterior película se pasaba un buen tiempo esperando esa expulsión que pendía como eterna amenaza, en ésta permanece un curso entero, desde el momento en que los padres dejan ahí por vez primera a sus hijos hasta la llegada de otros nuevos al año siguiente, siendo ya veteranos los que hemos estado observando.
Aunque sigan viviendo en un estado muy deficiente en comparación con la media, es evidente que una cierta evolución, para bien, ha habido en el duro proceso. Cada pequeña victoria, por muy menor que sea, se vive como una epifania.
Reacio como soy a la impostura, a la sensibilización forzada, a las descaradas lecciones morales, que no resisto, me sorprendo, en estos dos casos, dejándome atrapar por el dispositivo de Melgar, en un difícil equilibrio, en el filo de la navaja, entre la asepsia y una implicación y mostración a punto de caer en lo pornográfico.
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