Llevo dos noches saliendo muy tarde de la Filmoteca. Ayer la sesión acabó lo suficientemente tarde como para descubrir unas Ramblas desérticas, que casi daban miedo. Quizás en parte la sensación -inapelable- venga del mal cuerpo dispensado por el largometraje visto. Pero vayamos por partes:
Se trató de la primera sesión del ciclo dedicado a la Bienal del Pensamiento, sobre el tema Cine y Democracia. Albert Vilar presentó (muy bien, a mi juicio, de forma inacabable según el vecino de la fila de atrás mío, desesperado) las ideas de Jean-Luc Nancy, el filósofo en el que se basaban las dos películas proyectadas: “Vers Nancy” (episodio de Claire Denis para “Ten minutes older”, 2002) y “L’Intrus” (Claire Denis, 2004).
En los diez minutos del cortometraje el filósofo responde muy claramente, en un tren que les lleva a Nancy en el que también parece introducirse, con el revuelo consiguiente, un personaje externo, las preguntas de una chica, interesada por las paradojas expresadas por él, estilo que un extranjero debe por fuerza extrañar, que un proceso de integración, como el que dicen buscar los que acogen a inmigrantes o refugiados, huele a querer acabar con lo que de extraño tiene el extranjero y eso no acaba de ser aceptable, etc.
Eso de “la alteridad” fue definido por Vilar como tema básico de Jean-Luc Nancy, que sobre sus 50 años sufrió una operación para transplantarle un corazón, y diez años después escribió sobre eso un librito, “L’Intrus”, en el que, en principio, se basó Claire Denis para el largometraje que también vimos anoche. Aunque Nancy declaró en su día que Denis no había adaptado su libro, sino que lo había adoptado...
Si los diez minutos de “Vers Nancy” son de una claridad meridiana, en cambio, como bien se han encargado de decir varias veces los presentadores, “L’Intrus” película es “disruptiva”, “difícil de seguir”, “muy compleja”, “elíptica”, “ambigua”, si bien todo ello la convertía en “poética”.
Oía eso de Vilar y pensaba que posiblemente él no habría visto otras películas de Claire Denis, ignorando entonces su forma de hacer habitual. Es verdad que la película es cine sensorial, ya por tercera vez con música de Tindersticks (en realidad sólo Stuart Staples), del que caracteriza a Claire Denis, pero también es verdad que he salido con la idea de no haber captado de la misa la mitad y mis esfuerzos me ha costado llegar a obtener una visión posterior de conjunto, intentando corregir los errores de interpretación cometidos.
Película de fronteras (la frontera ente Francia y Suiza acoge sus atractivas primeras escenas), con extranjeros (intrusos, pues), pronto tiene su personaje central en el interpretado por un Michel Subor que al menos a mí se me hizo particularmente repulsivo, cuestión que colabora sobremanera en el ambiente desapacible que transmite todo el film. En un momento entiendes -seguramente sólo porque lo había avisado antes Vilar- que a ese personaje le operan para transplantarle un corazón -ahí está el verdadero intruso de la función-, lo que da pie a una nueva vida, con errancia hacia Oriente (Tahití tras Corea), búsqueda de un hijo incluida y unas cuantas peripecias, mezcladas con sueños y pensamientos con una similar presencia física, ayudando a la confusión.
Una “machine à penser” y, por lo tanto, arte, señaló Albert Vidal.
Yo, la verdad, aún reconociendo que me ha llegado alguna de las sensaciones buscadas por la realizadora, hubiera preferido un mayor trabajo de Claire Denis que, como ha hecho con otras películas suyas, evitara provocar tanto desvarío cerebral para intentar casar las piezas.
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