Esteve Riambau, Mariona Bruzzo y Rosa Cardona, ayer en la Filmoteca.
Material del archivo de la Filmoteca -que no tiene depositados únicamente films- sobre la película de Pere Balañà expuesto ayer en una vitrina.
Ayer era el Día Mundial del Patrimonio Audiovisual y, como tal, la fecha en que la Filmoteca nos tiene acostumbrados a presentarnos unas cuantas primicias sobre los títulos recientemente salidos de su Centro de Restauración. Tras unos momentos de desesperación, porque parecía que no solo esto no iba a ser posible este año, sino que también se tendría que re-programar todo lo ya preparado y presentado para noviembre, una ligera rectificación sobre la consideración de la hora en que se permite llegar a casa volviendo de un espectáculo cultural y un adelantamiento general de los horarios de las sesiones ha permitido mantener tanto en grandes líneas el programa inmediato ya presentado como esta celebración concreta, si bien los asistentes han tenido que optar entre ver la restauración de “El último sábado” o la de unos cuantos cortometrajes muy especiales.
Por razones sentimentales, que explicaré más abajo, escogí ir a ver la película de Pere Balañá, estrenada en su día en 1967.
Esteve Riambau (director de la Filmoteca) y Mariona Bruzzo (responsable de su Centro de restauración) explicaron antes de la proyección el origen e historia de ese día creado por la UNESCO y cómo la Filmoteca intenta celebrarlo, pasando luego Rosa Cardona (Conservadora de la Filmoteca) a centrarse en la historia de restauración digital efectuada y los méritos que presentaba para ello la película, que pasa a integrarse dentro de un catálogo de sesiones con una relación de films destacables que la Filmoteca quiere divulgar urbi et orbi. Si hasta ahora ese trabajo constituía lo que llamaban los “Básicos del cine catalán”, este año han añadido, con el mismo espíritu, lo que llaman “Singulares”, quince largometrajes -entre ellos “El último sábado” y multitud de cortometrajes de todo tipo.
“El último sábado” quedó, en el momento de su estreno, en un terreno difícil. En Madrid los cineastas del Nuevo Cine Español apostaban por unos films que en general podrían situarse bajo la etiqueta de realistas, mientras en Barcelona surgió la llamada “Escuela de Barcelona”, que aplicaba aquella frase tan divulgada de Joaquín Jordá: “Ya que no podemos hacer Víctor Hugo, haremos Mallarmé”. Balañá había estudiado en la Escuela Oficial -empezó en el IIEC- de Cine de Madrid (con Feliu, pero también con Érice o Patino), pero hizo su película -que llevaba rumiando desde hacía mucho tiempo- en Barcelona. Aunque fue denostada por la crítica oficial de la época -buenísima señal- y hubo quien la defendió, lo cierto es que alrededor de la película se formó un cierto vacío, que hizo que Balañà no llegara a filmar ningún largometraje más.
Vista de nuevo ayer, me sabe mal haber notado que en su segunda parte pierde parte de su fuerza inicial, pasando a cubrir lo que parece pudieron ser las exigencias de los promotores discográficos de Karina y Los Sirex, en un intento algo impostado de mostrar un mundo juvenil...que está claro que el propio Balañà no conocía.
Pero con esta salvedad, encuentro que la restauración de la película está más que justificada, tratándose de un documento de valor inapreciable sobre la Barcelona de los años 60. Basta para ello pensar en la panorámica inicial sobre la ciudad, que empieza en una torre del teleférico del puerto y acaba en el humo de las chimeneas de la térmica del Paralelo. O esa escena magistral en la que se sigue el recorrido de los que, partiendo de los nuevos polígonos de viviendas, que aún conviven con las viviendas medio de auto-construcción previas, tienen que bajar por los descampados que había por el final de la Vía Julia, bajo las torres de alta tensión, cruzar un puente sobre las vías del tren y llegar al final de la ruta del tranvía, que deben saturar, rebosando por todos lados, para que los lleve hasta su trabajo.
No sólo eso. Junto a las nuevas viviendas del polígono se ve actuar, por ejemplo, el carro de las basuras, arrastrado aún por un caballo. O se ve una y otra vez cómo los personajes del film recorren las dos Barcelonas, desde la de unas clases trabajadoras que difícilmente van a escapar de su destino -las barriadas señaladas- hasta las de otra clase social (Paseo de Gracia, Mandri, las carreras de Montjuic), o el terreno mixto, pues incluye ambos extremos, de la Editorial Seix Barral, vestida para la ocasión como “Editorial Claris”). Y, por otra parte, junto a una esplendorosa Eleonora Rossi Drago, una buena retahíla de actores, alguno conocido también por otras labores, como Jordi Torras. Todos alrededor del personaje de Julián Mateos, medio Pijoaparte en sus conexiones con la Barcelona burguesa, medio Accatone.
La película es una mina para descubrir paisajes de Barcelona de todo tipo de la mitad de los 60, pero no hay forma de encontrar imágenes por internet. Casi todas las que salen, no sé muy bien por qué, se encuentran “bajo licencia” (Alamy, básicamente). ¿Alguien sabría decir a qué local de futbolines y billares correspondía esta escena. Aunque muy grande y lleno de gente, no me pareció el de la Gran Via, que recuerdo repleto de billares, más espaciados.
Quería poner una foto de Eleonora Rossi Drago, que destaca enormemente, por su clase, en la película, pero no hay forma. Cuelgo ésta de una película italiana, pero en línea.
Aunque se ha hecho ya todo esto muy largo, acabo con la cuestión personal, la ligazón con “El último sábado”. Pere Balañà era ingeniero y, cuando murió, un compañero de promoción y amigo suyo nos pidió a Martí Rom y a mí, como responsables del Cineclub Associació d’Enginyers, hacer alguna cosa para en homenaje suyo. Aceptamos el encargo, que se concretó en la presentación del largometraje en una sesión pública en la sala de la Escuela de Ingenieros, en la Diagonal, y en la edición de un libro, el número 11 de una colección -Techné- que editaba por entonces la Associació d’Enginyers Industrials de Catalunya.
El librito, “Pere Balañà, enginyer i cineasta”, que se editó en marzo de 1997, supuso para nosotros, casi partiendo de cero, una auténtica investigación con -por los secretos que fuimos intuyendo y descubriendo que rodeaban al personaje- elementos policiacos. Entrevistamos a sus amigos y colaboradores y fuimos reconstruyendo sus actividades tanto cinematográficas como en el mundo industrial, que vertimos en un bastante amplio capítulo. Martí Rom, además, escribió sobre la película y, entre otros textos, publicamos también una entrevista inédita con él que había hecho Esteve Riambau pocos meses antes de su muerte y que nos cedió para la ocasión.
Un personaje esencial en el proceso fue el abogado y crítico de cine Arnau Olivar, amigo del cineasta, quien le hizo de albacea testamentario. Gracias a Arnau Olivar pudimos conectar con el heredero de buena parte de los bienes de Pere Balañà y, tras varias conversaciones con él, le convencimos de que lo mejor que podía hacer era depositar todas sus películas, el largo y sus cortometrajes, en la Filmoteca.
No había más copias circulando de “El último sábado”. Recientemente, para un trabajo que hice sobre Barcelona en el cine, quise contar con la extraordinaria escena de que he hablado, y me tuve que contentar con utilizar una copia en VHS de su pase, hace mucho tiempo, por televisión, que estaba realmente muy tronada. Por ese motivo me congratulo enormemente de su restauración y tanto Martí Rom como yo nos orgullecemos íntimamente pensando que un poquito de intervención en la salvaguardia y disponibilidad actual de la película tuvimos.
El librito del que hablo.
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