Iniciando el vals que se alarga, concentrado, saltando entre momentos cada vez más cercanos, durante todo un largo periodo.
Dice mucho y muy bueno de la Federació Catalana de Cineclubs que haya programado “Madame de...” (Max Ophuls, 1953) en la Filmoteca, en su “Setmana del Cineclubisme”.
Bueno, en realidad se dio también aquí eso que pasa con algún premio literario, que se otorga, pero luego obliga a sus ganadores a ser miembros del jurado del certamen del año siguiente. Imma Merino recibió el año pasado el premio José María Nunes, que otorga la FCC, y este año, en consecuencia, le tocaba seleccionar y presentar una película. Nombró una terna de posibles candidatas, centradas las tres en fuertes caracteres femeninos, pero dibujados por hombres. Y la Filmoteca escogió proyectar ayer, de entre las preseleccionadas, “Madame de...”.
Imma Merino se centró en su presentación en señalar -como oyó decir a su hijo Marcel- la tremenda melancolía vital de Max Ophuls y en indicar cómo recalca en sus films, habitualmente mediante una pasión amorosa que provoca en quien la sufre una transformación, la fugacidad de la felicidad.
De la película destacó principalmente ese magistral encadenado de bailes central, que va mostrándonos, con el veloz paso del tiempo, la evolución de la atracción y el amor entre una pareja. También señaló, sin tanto énfasis, esos pendientes que articulan toda la trama, apareciendo y desapareciendo y que la propia Imma Merino parecía buscar con ahínco al finalizar la proyección (lo que buscaba era, en realidad, la mascarilla, que se había quitado para hacerse entender mejor y había perdido al oscurecerse la sala).
A mi me gustaría subrayar también del film un aspecto menor que descubrí y conté la vez anterior en que lo vi: que me admira como Max Ophuls indica que sabe bajarse de ese ambiente de alta sociedad por el que se mueven sus personajes, haciendo ver la reacción de sus servidores. Ahí están, para demostrarlo, ese violinista que no aguanta más tocando hasta altas horas de la noche para que siga el eterno vals que ejecuta la pareja (un vals que, por cierto, se inicia nada más aparecer los títulos de crédito, ya envolviéndolo, como Ophuls con sus movimientos de cámara, todo) y los abandona ostensiblemente, para irse a dormir. O esos soldados que, en el puesto de guardia, cumplen con el obligado saludo a su general para seguir hablando inmediatamente de lo que realmente les interesa, de ese monótono plato de alubias que día sí y día también les dan como rancho. Hoy me he fijado en un tercer ejemplo: cómo a la que pueden se duermen en su silla los empleados que abren y cierran las puertas de los palcos de la ópera. Ophuls sabe ver y demostrar que el de todos ellos es otro mundo y que el mostrado por la película no va, en absoluto, con ellos.
También Joan Miquel Gual, de la Federació, me ha hecho reparar al salir en un par de detalles que me habían pasado más o menos desapercibidos (sólo a nivel consciente, porque son de esos que se filtran en la cabeza del espectador, ayudando sobremanera a hacerles adquirir una precisa idea): cómo en un momento de gran tensión entre los dos rivales amorosos, la acción pasa junto a unos billares a tres bandas (clara mención del triángulo que se está configurando) y, más tarde, junto a dos espadachines en un combate de esgrima.
Alguien fundamental para el cine, Ophuls. A ver y rever continuamente, sin decepcionar.
Imma Merino y Mireia Iniesta, justo antes de sus respectivas presentaciones. El cartel que señala las normas a seguir para protegerse del coronavirus acaba de dar paso al de Madame de... correspondiente a la Setmana del Cineclubisme.
Ya desembozadas. Mireia Iniesta ha resumido rápidamente quien era su acompañante y yendo directamente al grano, se ha referido a un par de aspectos de ella. Primero, su papel pionero en la crítica feminista, en la que, aunque no lo ha dicho, también hace pinitos ella misma. Al final, llegando a Merino, que se ha reído y emocionado, su papel de fundadora y rectora de un movimiento arrasador, el Carolismo.
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