martes, 13 de octubre de 2020

Vitalina Varela

Vitalina.

Vitalina y una de las notas de color.

Si quedan empresarios de salas de cine comercial y alguno de ellos hubiera estado anoche en la Filmoteca, se habría quedado perplejo: Sala Chomón llena, una vez restadas las butacas eliminadas por las restricciones del coronavirus. Una barbaridad de gente, que nunca habrían sospechado. “Vitalina Varela” (Pedro Costa, 2019, Pardo de oro en Locarno, premio al mejor film en el festival de Gijón) se va a estrenar en unos días, distribuida por Númax, que juega en otra liga, en salas de cine que también juegan en otra liga. A ver.
Pedro Costa, tras la sesión fotográfica informal en el vestíbulo (ver las últimas fotos, rompiendo el orden cronológico) y otra más formal en la antesala, en un plató efectuado expresamente para ello, siempre con Óscar Fernández Orengo tras la cámara, presentó la película únicamente señalando (luego ofreció un generoso y a la vez denso, muy clarificador coloquio, en el que expresó su voluntad de tratar a sus actores -nunca profesionales- como a estrellas de los estudios hollywoodenses) que tanto para él como para Vitalina éste ha sido un “film terapéutico, con todo el poder revificador del cine”.

Pedro Costa junto a Esteve Riambau durante el clarificador coloquio final, en el que quedó muy clara su forma de trabajo en el film.

Con ese ánimo de encontrar elementos revitalizadores empezamos pues la audición y visión de la pelicula, cuya primera imagen presenta la tapia de un cementerio y en seguida, pasando a su vera, una extraña procesión, en la que la mayoría de sus componentes gastan muletas... La acción tiene lugar de noche, como casi todas las del film, que suceden en un barrio depauperado, y sobre todo en el interior de las viviendas de esa barriada, en las que la miseria obliga a vivir a unos inmigrantes que fueron hasta ahí buscando una prosperidad que no llega.
Dejando de lado el luminoso y además luego muy hermoso final, uno puede llegar a preguntarse entonces dónde está el carácter reconfortante del film. Pero hay respuesta para eso.
Vitalina llega de Cabo Verde en un avión, del que desciende las escalerillas con los pies descalzos y goteando por sus piernas sangre (que no debe ser sangre, porque nadie más lo ha visto como yo) como la que ha acompañado la muerte de su marido, (falsa) sangre que a mí me ha rimado además con el rojo intenso de los cubos de las fregonas de las limpiadoras que acuden a recibirla al aeropuerto. Lo que sigue después tras estas escenas iniciales no es más que el lento proceso de duelo de Vitalina, que ha llegado tarde, tres días, a la muerte de su marido.
El carácter reconfortante del film, como ha confirmado después Pedro Costa, viene de ese penoso proceso de duelo culminado, pero mi errónea apreciación me ha servido para apreciar también sus huellas -o mejor su aviso- en un hasta ahora inusitado (o al menos yo no había reparado en él) uso del color que, sobre todo en toda su primera mitad, ilumina de forma notable los diferentes encuadres del film (ver un ejemplo en ese fondo de la segunda imagen).

Óscar Fernández Orengo ya había hecho una sesión a Pedro Costa, pero al llegar a la Filmoteca se le veía practicando con su cámara. La luz del vestíbulo no era adecuada para trabajar sin flash y no las tenía todas consigo con el flash de la cámara que llevaba.

 Óscar Fernández Orengo, puede decirse que el fotógrafo oficioso de la Filmoteca, retratando a Ramiro Ledo (creo) -de Númax-, Pedro Costa y Esteve Riambau.

Aquí uno de los paparazzi que han echado mano de su cámara y han aprovechado el momento en el que Pedro Costa ha retirado un momento su mascarilla.

Comprobando una y otra vez, nervioso, el flash de su cámara.


 

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