Como no vi la de la sandía, que se estrenó y tuvo una cierta fama, acumulando unos cuantos defensores muy persistentes, desconocía por completo cómo era el cine de Tsai Ming-Liang. Intrigado con lo que debe deparar su nombre, que siempre se airea como uno de los imprescindibles del cine oriental, he acudido a MUBI y visto los 27 minutos de Walker” (2012).
Todo se reduce a la sucesión de unos planos fijos que recogen la caminata de un monje budista por Hong-Kong. No es una caminata cualquiera, puesto que el monje va ya no a cámara lenta, sino mucho más despacio, pensándose su acción, siempre en contraste con el ajetreo (o no) de la noche de la ciudad.
No hay por qué asustarse demasiado, porque además de dejar asentado el brutal contraste entre el desesperantemente lento movimiento del monje o él mismo y todo lo de su entorno, la película se deja ver por dos motivos:
-Ese rojo tan vivo de la túnica del monje provoca, en relación con lo que le rodea, encuadres de notable belleza.
-Tsai Ming-Liang no debe ser sádico en exceso y no deja transcurrir todo el tiempo preciso para que su protagonista salga del cuadro que lo envuelve. Corta cuando solo lleva recorrido, a ese ritmo tan desesperante, una pequeña proporción de lo que podría haber sido, y pasa al siguiente cuadro, que presenta otro tramo del recorrido del monje.
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