Dreyer, en la entrevista, envuelto en los ruidos del tráfico de la calle: “Eso está muy bien”, comenta.
“Queria ver el rostro de la campesina detrás del maquillaje”, dice Carl Theodor Dreyer en la entrevista del “Cinéastes de nôtre temps” dedicado a él que en 1965 hizo Rohmer, que anoche proyectaron en la Filmoteca. Lo hace para explicar por qué le quitó el maquillaje, dejándole la cara desnuda, a María Falconetti, que era hasta entonces un rostro muy conocido de los espectáculos de boulevar, para que de ese modo interpretara su “La pasión de Juana De Arco” (1928).
Nada más empezar su visión me he dado cuenta de que había visto el episodio recientemente, pero vale la pena el volverlo a ver, pues ayuda a desentrañar y fijar en la memoria dos o tres características esenciales de Dreyer.
Rohmer se pone, para hacer este número de “Cineastes de nôtre temps” (una serie ejemplar, en la que cada capítulo tiene una duración, estética y realizador diferente, la que escoja éste para hacer su retrato de otro director de cine) al servicio absoluto del espectador. Va a Copenhague, entrevista a tres actores de la última época del realizador y a él mismo, en su casa.
Solo se permite una acción autoral, referencial de toda la Nouvelle Vague, sacando, aprovechando que era danesa, a Ana Karina leyendo escritos teóricos de Dreyer del Cahiers du Cinema. Pero el grueso, lo fundamental, está en la entrevista con él.
Dreyer, como también antes uno de sus actores, se expresa directamente en francés, abonando la idea de que por los años 60 el francés era aún la lengua de cultura. En su modestia, rehuyendo siempre explicaciones de gran calado intelectual, me ha recordado en esta ocasión a Joan Miró, que también explicaba sus cosas con vehemencia, pero con total sencillez.
Eso no quita para que se obtengan de la conversación algunas ideas reveladoras de su forma de trabajar e incluso algunas explicaciones que luego se han visto escritas como si fueran ideas propias miles de veces por críticos de todo el mundo, como la fuerza dramática de la escalera a la que está atada la bruja que va a ir a la hoguera en “Dies Irae” (1943) o el sonido que acompaña al cierre de esa puerta final de “Gertrud” (1964).
Ana Karina leyendo en el Cahiers textos de Dreyer sobre la realización cinematográfica.
El personaje de Ana Karina en “Vivre sa vie” a punto de derramar una lágrima en el cine, viendo “La pasión de Juana de Arco”.
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