miércoles, 9 de septiembre de 2020

En compagnie d’Éric Rohmer

Marie Riviere, colocándose en cuadro con Rohmer, en el despacho de éste.

Arielle Domsballe llega estudiadamente maquillada y vestida, y da una lección muy aprendida sobre Rohmer y lo que supuso para los actores de su escudería.

A sus años, Éric Rohmer no puede evitar alguna indicación técnica sobre la sombra de los amarillos. El film está lleno de revelaciones. Luchini, por ejemplo, dice haber asistido inicialmente a un curso de Rohmer, en el que éste, tan teórico, se dedicaba básicamente a dar consejos prácticos, como en qué sitio comprar la moqueta necesaria.

Si en algún momento la Cinematheque Française quiere extender su sede por algún edificio histórico parisino lo tiene fácil. En un momento de “En compagnie d’Éric Rohmer” (Marie Rivière, 2010), que se vio anoche en la Filmoteca y tendrá otro pase hoy en primera sesión, un plano recoge los timbres de los diferentes pisos de un sólido edificio de la Avenida Pierre 1er de Serbie, en París. Se pueden leer los nombres de Rohmer, Mieville/Godard (Peripherie) y un tercer nombre del cine que ahora no recuerdo, pero además en un diálogo posterior se comenta que ahí estuvo también el despacho de Robert Bresson...
El documental, rodado en buena parte en el despacho de Eric Rohmer cuando éste estaba ya realmente muy, muy viejo, con su espalda totalmente doblegada, tiene el acierto de hacer aparecer a muchos de los actores y técnicos de su compañía, que explican cosas muy interesantes del realizador y, sobre todo, aparece mucho el mismo a Rohmer, que se somete amablemente a los juegos de Marie Riviere -especialmente payasa-, canta, recita versos demostrando una memoria prodigiosa, etc.
Marie Riviere quiere dejar claro desde un primer momento que eso de llevar la cámara y hacer una película le viene de nuevo, y hace una realización desenfadada, saltarina como ella por Paris, haciendo aparecer entre otras muchas cosas a su hijo, a quien le pide varias veces que le filme, en un estilo que recuerda en ocasiones las realizaciones de cosas sueltas, cajón de sastre, de Agnes Varda.
Todas las sorpresas que ofrece al espectador y a Rohmer, llevándoles uno u otro personaje de sus películas, tienen su interés, pero si me hubiera de quedar con alguna, quizás lo hiciera con una sofisticada Arielle Domsbale, muy consciente de ella misma, casi dirigiendo encuadre, frases, su cuerpo y la secuencia entera y un Fabrice Luchini desbordante, rivalizando con Rohmer en recitados de poetas clásicos y explicando la única ocasión en que le dio una indicación sobre cómo debía enfocar su interpretación, rodando “Perceval, le gallois”:
-¡Más Fernandel! - le dijo escuetamente, venciendo la timidez de imponer su visión de la cosa. Lo captó en seguida.

Pascale Ogier y Fabrice Luchine en “Les nuits de la lune pleine”. En vez del habitual en el oficio “habla más rápido’, para dar naturalidad a la escena, Rohmer le pedía a Luchini hablar más despacio, casi deletrear las palabras, para que fuera bien comprensible todo lo que decía. Que no le imitase a él, que tan rápido hablaba.



 

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