sábado, 13 de julio de 2019

Hadewijch

Tras ver ayer en la Filmoteca “Hadewijch” (Bruno Dumont, 2009), creo que me puedo dar a ese generalmente nocivo lamento por una experiencia perdida, ya irrecuperable. En este caso la de esa reconfortante sensación de salir de ver unas películas como las iniciales de Dumont que te convencían más o menos, pero que te sacudían en la butaca con una intensidad enorme, dejando la impresión de que ahí había un camino inexplorado de lo más rico. Un camino a recorrer, ávido, asistiendo a la aparición de su siguiente film.
Hadewijch -Celine- por el obsesivo sendero empedrado del convento.
En 2011 estuve, gracias a la Federación Catalana de Cineclubs, en el festival de Locarno. Si el programa de largometrajes a ver para discernir el premio Quijote era amplio, además del retraso que provocó mi inexperiencia, le sumé mi voluntad de ver unos cuantos films de otras secciones. Había entonces oído mucho sobre Bruno Dumont, como un cineasta con nombre a retener, pero vi que por horarios el pase de su “Hadewijch” era incompatible con el de una película del certamen oficial que no me podía perder. Aún así entré en la sesión, para ver cómo se respiraba en las películas del realizador. A la media hora, aunque seguía imantado por la fuerza de las secuencias que veía en la pantalla, tuve que salir del cine, corriendo para no perderme la otra, inexcusable, cita.

Ayer pude confirmar, siguiendo la fuerza de trozos de esa primera hora, que no tuve una alucinación. Luego la película se mete por unos berenjenales que no me interesan demasiado, pero al final, entrelazando los caminos inversos paralelos de los dos personajes de la función, vuelve a alcanzar la intensidad que me habría gustado, personalmente, que no hubiera abandonado nunca.
Porque ese Dumont, al margen del desconcierto sorprendente que siguen produciendo sus parodias actuales (ese “Concoin et les z’inhumains” -2018-, que ya alcanza para mí lo aborrecible) y la errónea idea de que pueda estar en un mismo terreno con sus historias místicas actuales tipo “Jeannete, la infancia de Juana de Arco” -2017- (para mi de lo más plúmbeo), sí despertaba ganas de seguir viendo su cine.
El inverosímil ambiente familiar de Celine.
En “Hadewijch” sigue viéndose que, más allá de los increíbles ambientes extremos (el rígido convento vs el ambiente familiar del palacete del s. XVIII de la Isla de Saint-Louis parisina), de las inverosímiles reacciones de la protagonista (esa candidez con la que se deja abordar por el grupo de jóvenes magrebíes), una mística del siglo XIII transplantada por Dumont a nuestra época, que Dumont tenía una habilidad para penetrar en lo más profundo desde la superficie. Su forma de rodar el paisaje es, en este sentido, única, muy reveladora. Como la forma de dotar de intensidad a algún plano.

Es aparentemente sencillo. Ayer vi que basta con un lento, casi imperceptible travelling de aproximación dentro de lo que es ya un primer plano del rostro de la protagonista. Lo que pasa es que, para no caer en el ridículo, ese plano se ha de preparar con los anteriores y hacer en el momento oportuno, claro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario