jueves, 11 de julio de 2019

Hergé à l’ombre de Tintin

Éste fue mi primer álbum de Tintín
El primer álbum de Tintin que tuve en mi vida fue “Aterrizaje en la luna”, que me dieron en una entrega de premios de final de curso a alumnos de toda la escuela tras haber hecho yo el primer grado (6 años). Pese a ser ese un libro muy especial, centrado en un único tema y escenario, lo devoré. Mis padres me preguntaron poco después si tenía algún regalo que me hiciera ilusión y les dije que me gustaría tener el libro del que “Aterrizaje en la luna” era continuación, “Objetivo la luna”, especificándoles muy claramente que en la librería debían decir que era un libro de Tintin, al que debían llamar Ten-ten, porque era francés.
En fiestas señaladas, ya no sólo para mí, sino también para mis hermanas, que también se hicieron fieles seguidoras de “Las aventuras de Tintin” de la Editorial Juventud, recuerdo la emoción de ir hasta el kiosco de la plaza Lesseps, donde nos esperaba el último tomo aparecido de la colección. (El problema vendría después, con la discusión para ver quien lo iba a leer primero).
La exposición a Tintin de la Fundación Miró, en 1984.
Una colección, todo hay que decirlo, que fue apareciendo sin orden ni concierto, y sin que en la editorial tuvieran la decencia de informar cuál habría sido su orden lógico de lectura. Las sorpresas que te llevabas eran inauditas: ¿pues no vimos aparecer como si no lo conociéramos previamente, ni nosotros ni Tintin, al capitán Haddock en “El cangrejo de las pinzas de oro”, sobradamente conocido y preferido ya por todos. Y así. Disponiendo ya de una cierta madurez lectora recuerdo que un juego al que nos retábamos era el de colocar los álbumes por su orden lógico...
Ya universitario, al coincidir con gente que, como yo, había quedado atrapado en su infancia con las múltiples vías que abrían los tintines, recuerdo haberme visto entablando conversaciones en las que, recordando los libros y dibujos, discutíamos sobre países y paisajes bien lejanos, historias fantásticas que estaban siempre ancladas en la realidad o escenas jocosas de sus personajes más bien caracterizados. De hecho, el que menos nos gustaba era el propio Tintin. Como culminación de esto, recuerdo haber participado en el que autodenominamos I Congreso de Tintinologia de Barcelona, a la sazón en casa de un amigo, pero que a partir de sus discusiones, en las que participó gente como Cifré o Juan Bofill, yo diría que salió la idea de la pionera exposición -antes del merchandaising que invadió todo este mundo- de la Fundación Miró.
El profesor Auguste Piccard, modelo inspirador del profesor Tornasol.
Bueno: si a alguien se le quedó como a mi incrustado el mundo de Tintin, yo diría que este “Hergé à l’ombre de Tintin (Hugues Nancy, 2017, coproducido y distribuido por Arte, visto en TV5Monde. En el primer comentario pongo el enlace actualmente disponible en internet, pero en versión original a palo seco) va a interesarle mucho.
He descubierto en él cosas que no sabía o que, sí las había leído, se me habían pasado por alto u olvidado. Una primera surge con el origen del nombre artístico del dibujante (Georges Remy firmaba con sus iniciales GR, que luego invirtió -RG-, para, a fuerza de leerlas -en francés-, llegar al nombre de Hergé. Pero hay bastantes más , al igual que repasa de forma muy interesante toda la biografía de Hergé ligándola a su reflejo en sus historietas.
Así, sabemos de esa primera etapa del que había sido boy scout bajo la tutela del abad Wallez; el momento preciso en el que el viento transforma el peinado de Tintin, hasta entonces hacia atrás, dando por resultado su característico mechón de pelo; de su matrimonio con la secretaría del abad y poco tiempo después su independencia del Abad; del contacto con Tchang y el inicio de la precisión de detalles en los álbumes con “El loto azul” (Como dice una estudiosa suya en el documental, “Tintin deja de correr, camina, respira, de manera más humana”).
También cómo toma forma la “línea clara”, cómo explica el mismo Hergé como se produce la colocación de sus historias en “un universo real, en el que una montaña sea una montaña,...”, de donde surge el nombre de Müsstler, el dictador de Syldavia (con lo evidente que lo veo ahora) o todo el tema de sus supuestas posiciones ideológicas y colaboraciones durante la ocupación de Bélgica y demás acusaciones y el efecto que tuvieron en él.
Hergé, esclavizado por su personaje.
Sigo un poco: la aparición del color, la forma de transformar las viñetas para el diario “Le soir” en las tiras de los álbumes con todas las disquisiciones sobre la composición de éstos que eso comporta, el nacimiento del personaje de Tormasol a partir de la figura de un científico belga (Auguste Piccard) del que vemos un reportaje, la creación de la revista Tintin, del estudio con colaboradores como Edgar P. Jacobs, Jacques Martin (especialista en modelismo: aviones, coches, barcos) o Bob de Moor que le permitieron centrarse él más en la propia historia y sus personajes.
Pero si algo me ha interesado aún más, porque nunca había pensado en ello, es todo lo que hablan una serie de conocedores de Hergé sobre las relaciones de la obra con sus estados de ánimo y diferentes sucesos de su vida íntima. Un ejemplo: la inquietud que transfiere “Las 7 bolas de Cristal” sobre el mundo de la locura, en un momento en que se hacía patente la enfermedad mental de su madre.

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