Francisco Umbral, en su “La noche que llegué al café Gijón”, que por recientes recomendaciones entusiásticas he empezado a leer, está describiendo, con sonoros adjetivos y relación de palabras que raramente se leen juntas, a los tertulianos del café Gijón, cuando le llega el turno a Fernando Fernán Gómez:
“FFG, con esa cosa de opositor pelirrojo que ha tenido siempre, como si viniera de una academia triste de preparar unas oposiciones que nunca va a sacar, y mientras tanto iba haciendo teatro, cine, televisión, cosas, con gran calidad y singular talento. Su forma de hablar, su voz, su entonación entre irónica y enfática, había creado escuela entre los actores jóvenes, y todos le imitaban la peculiar sintaxis y la altiva fonética. Luego no le imitaban tanto en la lectura de libros y la vocación intelectual”.
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