domingo, 14 de octubre de 2018

La dama de Musashino

Los modernos
Después de tantos Mizoguchis ambientados en el s.XIX o hasta mucho antes, el gran aliciente de “La Dama de Musashino” (1951) era ver cómo se desenvolvía en un film de ambiente contemporáneo. Su visión sacia con creces la curiosidad. La casa japonesa sigue siendo la casa japonesa, el amor por el bosque y los paseos junto al agua siguen ahí, el respeto por la tradición y el honor se mantienen en la trama hasta el punto que dirías se le ha ido un poco la mano y todo, pero ciertas novedades aparecen.
En confrontación con los usos tradicionales.
Esas novedades surgen por el lado de una nueva sociedad tras la II Guerra Mundial, representada en la película por esos jóvenes que acuden a un local que lleva nada menos que el nombre de “La vie est belle”, ponen música en un tocadiscos y parece que irradien su ruptura hasta agrietar de forma notable la moralidad de los mayores. Aunque ese ridículo profesor especialista en Stendhal o ese fabricante de munición, ambos dejando abandonadas a sus mujeres de forma notoria, no parecen haberse regido nunca por una rígida moral.
El regreso del soldado.
Que Mizoguchi no está de parte de los libertinos queda claro desde el principio, pero a nosotros (o al menos a mí) lo que nos interesa es cómo nos presenta esas constantes (la casa -aquí con una majestuosa grúa dándole servicio-, las caminatas por el bosque y la orilla del río y lago, el mantenimiento de la palabra, el amor a la familia y a la tierra ancestral de la familia), que enmarca en unas composiciones de cuadro perfectas, cómo hace uso de ciertas imágenes míticas (el soldado que regresa años después de la guerra a su casa) y, en definitiva, cómo hace para atraparte y que sigas teniendo ganas de ver otra película suya, trate de lo que trate.
Los paseos junto al agua.


Y el agua que fluye

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