jueves, 18 de octubre de 2018

El destino de la señora Yuki



¿Qué podría esperarse de una película que empezase con la chica vestida a lo occidental de la primera imagen, llegando en tren a un emplazamiento junto a un lago, aproximándose a la casa con vistas de su admirada señora Yuki (segunda imagen), donde toma un baño emocionada (tercera imagen) y que acaba con escenas como, precisamente, la que que refleja la primera imagen? Ya responderé yo mismo: Todo.
La película es "El destino de la señora Yuki" (Kenji Mizoguchi, 1950), que pasó ayer, felizmente, en la Filmoteca, y lo vuelve a hacer el sábado 20 por la noche. Yo la veo inmersa -pese a su maravillosa, etérea, escena inicial y final, que se escapan irremisiblemente de esa clasificación- en un cierto cine de género, melodramas sobre mujeres sufrientes, que me imagino debió tener un gran éxito en Japón por esos años.
Como película de género presenta, además de una música con elementos de suspense, por el lado de los personajes negativos a unos como ese impresentable por despreciable marido (en ridículos calzoncillos a cuadros en la cuarta imagen) o el de su amante (mascando chicle y vestida en alocados conjuntos occidentales), ambos yendo y viniendo en una especie de ostentoso Cadillac. Por el lado de los personajes positivos, al margen de la señora Yuki, a la que destinaré el siguiente párrafo, un par de ellos muy interesantes a efectos de estructura del film. Uno es Hamako, la chica de la que hablo al principio, inocente, con toda la vida por delante, rendida apasionadamente de admiración ante la señora Yuki, a la que va a servir. Otro el hijo del virtuoso de koto, enamorado perdidamente de la señora Yuki, pero atado fuertemente por los convencionalismos y la estricta moral que aún impera en la época. Digo que son dos personajes interesantes a nivel estructural porque hacen de vehículo para el punto de vista del espectador, dilatando el momento de presentación de la protagonista, que cuando por fin hace acto de presencia lo hace ya ante nosotros con un aura ganada a pulso por todo lo que hemos sabido previamente de ella.
Yuki, por su parte, podría ser una más de esas mujeres sacrificadas, incapaces de romper con su desgracia si ello supone romper con su palabra u honor. Pero me ha parecido que excepcionalmente venía pintada aquí por Mizoguchi de una forma mucho más compleja. Sí que tiene todo ese aire de personaje sometido (una flor de una planta cae, mustia, cuando ella se ve ya totalmente encerrada hacia un nefasto destino) por las acciones de su marido (un personaje que, precisamente, también de forma excepcional se reivindica finalmente), pero resulta que ella misma confiesa que hay dos seres en ella, y su faceta diabluna se entrega con placer a las exigencias de su marido.
Puntos de vista. Porque también me parece coherente la frase que, recordando a Rimbaud, ha apuntado un amigo para definir el personaje: "Par délicatesse j'ai perdu ma vie".

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