Me quedo con el título de “Historia de los crisantemos tardíos” frente al de “Historia del último crisantemo” por sonar más hermoso (aunque no sé muy bien del todo la relación que puedan tener uno u otro con la película) para la de Mizoguchi vista ayer en la Filmoteca. No es de los años cincuenta, incluso es anterior a “Utamaru y sus cinco mujeres”.
Es, concretamente, de 1939, y cuenta una historia en el ambiente de las familias teatrales del Japón del s. XIX. Pues bien: me ha convencido por su tono en su totalidad. No sería capaz de destacar especialmente escenas por su planificación específica. Es la solidez del planteamiento de este melodrama intenso el que llega. Quizás sí pequeñas cosas como ese padre que grita a su hijo un enérgico ¡Vete! en off, fuera por completo del marco de la imagen. O como que cuando vienen mal dadas en la vida de la pareja, arranca a llover.
Pero sobre todo son cosas generales las que te reclaman y te mantienen esos 240 minutos que, y no suele ser muy habitual, veo muy favorablemente: Una menor duración habría precipitado las cosas haciéndolas entonces ridículas, mientras que aquí van sucediendo a su ritmo, imprimido quizás por ese personaje protagónico tan apático, siempre desplazado. ¿Qué cosas genéricas, pues? Su valoración de los espacios, sus silencios, su -indescifrable- canto y son rítmico de fondo típico del teatro japonés -que va punteando todas las secuencias-, su magnífica composición de encuadre, que coloca de forma perfecta a los personajes.
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