martes, 23 de octubre de 2018

Caravaggio, The soul and the blood


Tengo por norma no escribir en contra de una película. No hay suficiente tiempo para las cosas buenas de la vida, con lo que sólo faltaría que lo desperdiciáramos con las que hemos detestado o, cuando menos, no nos han despertado el más mínimo interés.
Pero en esta ocasión voy a romper esa norma personal no escrita.

Hemos ido a ver en el matinal del Verdi "Caravaggio, The soul and the blood" (Jesus Garcés Lambert, 2018). A los quince minutos de proyección ya estábamos fuera del cine, disfrutando de nuevo de un magnífico, de lo más agradable, día. Hemos aprovechado para hacer unos cuantos recados pendientes.
Es una buena idea esa de las matinales de los martes dedicados a un documental de arte, que ya me dispensó hace un par de semanas un correctísimo "Rembrandt" (Kat Mansoor, 2014), de buen sabor de boca. Esta mañana, dirigiéndonos hacia el Verdi, en medio de esa temperatura y clima ideales, que te hacen olvidar lo dura que puede llegar a ser la vida, pensaba en que, de ser de la cuerda del documental visto anteriormente (que estaba producido por un par de museos de categoría), con un poco de suerte saldríamos de la sala con unas cuantas informaciones adicionales bien fijadas sobre el pintor, unas ideas interesantes sobre su pintura y quién sabe si con alguna de las curiosas historias que relatan bien aquilatadas.
Consultamos la hoja de sala y vemos que no está producido por museos ni instituciones de solvencia contrastada en el mundo del arte. Primera mala señal. La impresión -por descontado negativa- del pequeño prólogo, de esa secuencia que antecede al título, es demoledora. Contiene mucho de lo que detesto de los trailers -y es de suponer que también de las películas, aunque no lo puedo asegurar porque ya no las he frecuentado luego- de cine fantástico norteamericanas actuales: Movimientos en cámara lenta, muy próxima a los objetos que retrata, cierta animación asociada, contrastes, planos de corta duración, música grandilocuente con momentos de alta intensidad, imágenes de choque y, entre ellas, un cuchillo que desgarra una tela haciendo brotar una oscura sangre.
Ya estaba dispuesto a abandonar la sala ante esta primeriza muestra desatada de "autoría" que quiere ofrecernos la idea subterránea asociada al mundo de la pintura de Caravaggio. Pero, para que no se diga, le dimos unos minutos más de confianza.
Al cabo de un tiempo de profundizar una y otra vez en el mismo estilo, abandonando toda posibilidad de dar modesta información sobre lo que quiere documentar el film, que se centra en su forma únicamente en esa supuesta clave onírica y profunda, venga puñales desgarrando carne vestida y haciendo brotar sangre (sin duda el blood ese del título), acompañándolo todo de la voz en off de un actor vocalizando y dando misterio y solemnidad a su relato, aparece un señor que debe ser una autoridad en Caravaggio. Habla en italiano, pero lo dobla un actor en inglés, pudiendo leer entonces nosotros el subtitulado de esto último. Al margen de lo que desconcierta y aleja ese procedimiento (podrían dejar únicamente el italiano original y subtitular lo que dice, en vez de bajar el volumen de la frase en italiano y superponerle la traslación inglesa de lo que dice), lo cogen en posición y con movimientos de cámara audaces y apenas si le dejan decir una cosa algo insustancial, para seguir de nuevo con esa lluvia de imágenes que debe el realizador (he visto que mexicano) pensar que van a arrojar a sus pies a todos los espectadores, ante la maestría de su sensibilidad, perspicacia y, en definitiva, arte.
¡Huir!

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