Si mirar las llamas de un fuego hipnotiza y se dice que provoca luego extraños sueños, la sensación de ver en acción cómo casi entran en contacto dos carbonos de un proyector de cine y salta un arco de luz entre ambos es doblemente hipnótica, al menos para quien se haya pasado mucho tiempo trajinando, por muy manazas que sea, por una antigua cabina de cine.
Precisamente con esa visión empieza “The cinema travellers” (Shirley Abraham y Amit Madhesiya, 2016), con la peculiaridad de que el proyector que pone en marcha su haz luminoso forma parte de una tronadísima -cabina de proyección improvisada en una feria de la India.
Era la película escogida por los organizadores del Festival Gollut, un festival internacional de cine y otras hierbas originariamente de Ribas de Freser, el pueblo de los Pirineos de 1700 habitantes que ha rescatado, vía el Cineclub dels amics del cinema de la Vall de Ribes (cuyo presidente, Joaquim Roqué, presentaba la sesión) su más que centenario cine. Un festival que se ha extendido últimamente por cantidad de otras poblaciones. Hasta marea pensar en el trabajo que debe haber atrás de todas las actividades que han llegado a organizar y presentarán este año del 12 de octubre al 3 de noviembre, incluido un homenaje al fotoreportero Quim Manresa.
En pocas ocasiones se tiene oportunidad de ver por estos pagos cómo son de multitudinarias las ferias populares de los pueblos indios. En esta película es asombroso ver las norias y otras atracciones que montan y, entre ellas, parece que siempre consta una carpa para proyectar en ella cine. Un alud humano se apiña al principio en la informe cola para entrar, previo pago de unas cuantas rupias (céntimos de euros) a ese rústico entoldado, levantado a pulso por los feriantes y espontáneas ayudas adicionales.
La imagen que sirve para el cartel de la película es una foto fija, no un fotograma en movimiento del film. |
La sorpresa está en ver por dentro la cabina de proyección, los ajustes a golpe de martillo que se hacen en las piezas del arcaico proyector, los tratamientos que sufren las bobinas de películas y éstas mismas o, sobre todo, el más que oxidado camión que lleva la ilusión de uno a otro pueblo. Todo eso se ve en esta película, además del reciente proceso de cambio del celuloide a la proyección digital, la muerte por obsolescencia de todo un mundo que había extendido ampliamente sus mecanismos.
Me ha conquistado la dignidad de un hombre ya mayor, Prakrash, aristócrata en el cuchitril donde residía su empresa de reparación de proyectores de cine, orgulloso de su invento, un proyector “infalible” que eliminaba las penosas cargas que debían soportar los proyeccionistas, pero que ve cómo ya nunca venderá esa maravilla que ha creado, y cómo los propios proyectores de celuloide dejan de llegar a su taller, que antes quedaba sepultado, saturado por los que llegaban desde todas las partes del mundo para ser reparados.
Joaquim Roqué, presentando la edición del Gollut de este año, todo un cajón de sastre. |
Presenta un par de defectos, en mi opinión, este “The cinema travellers”, cuya comprensión también se hace difícil en determinados momentos, entre tanto follón expuesto. Uno es que una cierta concentración le habría beneficiado. El otro es que, supongo que por la propia oscuridad lograda durante las proyecciones nocturnas bajo la carpa, no han debido obtener imágenes rescatables de la mirada fascinada del público hacia la pantalla, y obtan entonces por pasar una sucesión de fotos fijas, algo edulcoradas. Pero lo que está claro es que, a ojos de un espectador occidental, la visión de todo ese mundo de las proyecciones cinematográficas ambulantes e incluso de ese increíble universo que sigue siendo la India, es de las que quedan.
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