viernes, 12 de octubre de 2018

El intendente Sansho

El intendente Sansho, junto al mar. Anoche veía en la Filmoteca, asombrado, ese final en el que se condensa toda la desesperación, la tristeza destilada por los personajes de “El intendente Sansho” (Kenji Mizoguchi, 1954) ante tanta desgracia vivida. Poco antes, desde la butaca, me abstraí por un momento de la trama del film. Vi las siluetas de los espectadores de las filas delanteras recortadas sobre la pantalla. En ella, un personaje, nombrado inesperadamente gobernador, explicaba sus razones a otro personaje. Dos imágenes en blanco y negro, dibujadas en un mar de grises, en una composición de interior perfecta.
Ya antes, de tanto en tanto, cada una de las escenas que se desarrollan junto al mar, de una belleza increíble, me iban confirmando que nos encontrábamos ante un auténtico monumento.
Cabe la posibilidad de que todo esto me hiciera olvidar que poco antes, ante otro tipo de escenas, me sorprendías también algo distanciado de lo que iba sucediendo en la pantalla, constatando que ya no veía y vivía “El intendente Sansho”, o bien otras películas de Mizoguchi, con la sensación de plenitud con la que lo hacía.
¿Habré perdido esa pasión por descubrir en el cine lo que me había llegado a imaginar de perfección absoluta leyendo en revistas y libros frases ditirámbicas, a fuerza de ver en ellos fotografías que te hacían pensar en una película construida en tu cabeza idealmente? ¿Será un cierto distanciamiento, con la edad, ante los valores considerados seguros?
No sé. El que sí sé es que me voy descubriendo, especialmente ante Mizoguchi, voluble total. Tan pronto me quedo maravillado globalmente por una película suya (“Historia de los crisantemos tardíos”) como veo que se me hace inacabable otra suya que me había en su día entusiasmado (“Oharu, mujer galante”). Quizás sea sólo producto del momento, del calor, del bienestar físico o mental con el que te afrontas a la película, y la valoración seguramente bajará o subirá según mi estado durante la próxima visión.
Mientras tanto, a ver si recuerdo de “El intendente Sansho”, por ejemplo, sus cinco o seis escenas junto al mar. Escenas, ya lo he escrito, de una belleza que te hace sublimar la película entera.








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