jueves, 17 de noviembre de 2016

La ville Louvre

Una estatua, subiendo sigilosamente hacia sus aposentos.

Habíamos puesto varias escenas de “La ville Louvre” (1990) como ejemplo de utilizacion acertada de travellings. Hoy se ha podido ver entera en la Filmoteca, con presentación previa de su realizador, Nicholas Philibert, quien ha explicado la forma –ciertamente curiosa y divertida- en que llegó a hacerla:
Fue como sustituto de última hora a filmar el traslado de una enorme pintura por los pastillos del Louvre hasta llegar al nuevo emplazamiento que se le asignaba en la remodelación del museo. Hecho el trabajo, de noche pensó que acababa de descubrir todo un mundo del que desconocía su existencia, y entonces volvió al día siguiente con su equipo. Recordaba la puerta de acceso para los trabajadores, por la que entró el día anterior, y pasó por ella con cámaras y demás sin ningún problema. Estuvieron filmando quince días, sin que nadie les dijera nada, pues los consideraban unos más en los trabajos de remodelación. Hizo un montaje previo de lo rodado, y con los sesenta minutos resultantes fue a ver con Dominique Paini, responsable de Audiovisual, al director del museo y confesarle lo que habían estado haciendo. Éste vio lo entregado y, lejos de enfadarse, se entusiasmó... Philibert siguió rodando varios meses más.

Del misterio inicial (El Louvre recorrido de noche por dos operarios con linternas) se pasa a descubrimientos asombrosos, como esos pasillos subterráneos amplísimos, por los que se circula con carretillas o patines, y a exploraciones montadas con una soterrada ironía que hace, por ejemplo, viajar a ciertas estatuas como si tuvieran vida propia.

No aparecen visitantes del museo, porque –ha explicado- quiso dar siempre la impresión al espectador de ser un privilegiado, que puede ver lo que habitualmente no se ve: Lo que hay más allá de las salas, los trabajos necesarios para que todo esté a punto. Sintomáticamente, el film acaba con los trabajadores manueles –que antes ya han dado muestras de ser las vedettes-, uno tras otro, posando delante de la cámara: El Louvre de los trabajadores.
Este señor ha estado divertido. Luego he visto que realmente aplicaba unas pequeñas capas de barniz a algún extremo de cuadro, pero inicialmente daba la impresión de contemplar, como pintor de brocha gorda, el trabajo de otros pintores...

La próxima vez que pise el Louvre seguro que se me vendrá, por una u otra cosa, a la cabeza.

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