No se hacen hoy películas como "La otra Heimat" (Edgar Reitz, 2013). Por lo tanto, si sus subtítulos son signo de que se estrenará, pese a sus cuatro horas de duración hay que estar ojo avizor, e irla a ver al cine con la mayor pantalla que la proyecten, sin dejarla pasar.
Así, llenando toda la superficie de la pantalla de su sala grande se ha proyectado hoy en la Filmoteca, con la presencia de su director. (No me he quedado, porque tengo mucho sueño atrasado, pero a medianoche estaba él en el vestíbulo de la institución, dispuesto para el coloquio, acompañando a su criatura). Es necesaria toda esa cacho pantalla para acoger muchas escenas en que la película nos acerca al bosque, a los campos de cereales, o a las nubes del cielo, y la cámara se mueve no se sabe muy bien cómo, pero majestuosamente, de un lado a otro.
Es -ha comentado Esteve Riambau- como un flash-Black de las tres famosas películas / serie. Como si Reitz hubiera visto que era necesario, para entender la vida de su terruño en el siglo XX, regresar a mitad del siglo anterior, y contemplar de dónde viene todo. Viene, queda claro, del trabajo en el campo y en unos oficios que, aún practicados ininterrumpidamente, no dan más que para la supervivencia. Todo objeto suplementario es -era entonces- para ese pueblo de trabajadores, un lujo extraordinario.
Reitz ha recalcado en su presentación que ha buscado, dentro de esa estricta miseria, la luz, y así, además de alguna que otra fiesta, de alguna celebración social, ha moteado de tanto en tanto su perfecto blanco y negro de algún motivo de color: los detalles florales de la pared cuando Jakov Simón, el auténtico protagonista de la función, se dispone a abrir y empezar a anotar en su diario la aventura que le ha de llevar a sus soñadas Indias; la moneda de oro que atesora su madre; las flores de algún ramo...
Busca Reitz también en su película otra luz, ésta procedente de sus antecesores, maestros del expresionismo. Hay una escena, con los dos amantes junto al lago, envolviendo el reflejo de la luna, que es puro "Amanecer", y cosas así, no tan evidentes.
Se ve con la satisfacción e interés con que se leen esos enormes novelones maestros del siglo XIX. Pero de tanto en tanto, con frecuencia que parecería pautada, el horizonte es cruzado por la silueta de una carreta. La que lleva a otra familia que se decide a abandonar el país y emigrar. Al final hay casi congestión en los caminos, y uno recuerda alguna escena similar, pero esta vez con camiones, de "Las uvas de la ira".
Es "La otra Heimat" una mirada profunda a nuestra historia. Y digo "nuestra" como europeo. Hay que ir a verla, colocarse lo más cerca posible de la pantalla, casi penetrar en ella, y emocionarse hasta el fondo como lo merece, por lo menos, su escena final. Conviene hacerlo antes de que llegue Spielberg, pongo por caso, y haga del tema una película que, esa sí, se vea en miles de pantallas por todo el mundo.
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