domingo, 5 de octubre de 2014

El hombre que sabía demasiado


Quizás huyendo de otras cosas, esta mañana había la oportunidad de revisar “El hombre que sabía demasiado” (1956), y la he aprovechado. Apenas tenía el recuerdo de una película divertida, “familiar” y, claro está, de bastantes cosas de las escenas en la plaza Yamaa el Fna de Marrakech y en el Albert Hall de Londres. Viéndola hoy de pe a pa me ha subido bastantes enteros.
Es, desde luego, uno de los films de Hitch con mayor uso de transparencias, y aparece en ella esa (tan típica en el realizador) resolución de escenas en segundo plano, sin que nosotros espectadores podamos oír el diálogo que se desarrolla, por lo que debemos imaginarlo. De este orden, hablando de especialidades de la casa, además de la escena del Albert Hall, hay también una previa, casi un ensayo, típica, de tratamiento de los solitarios, pequeños e indefensos personajes entre la multitud: En la capilla londinense.
La familia protagonista es terrible: Un niño repelente que tiene por madre nada menos que a Doris Day (horrorosa como siempre, en un apropiado papel de mujer conservadora donde las haya) y por padre a un James Stewart juguetón como un niño, intentándose portar con la seriedad requerida. Constituyen un magnífico retrato de la familia provinciana americana de clase media. En la época progre se excomulgaba a Hitchcock por atender a argumentos como éste, ya que todas las exageraciones del colonialismo, de la prepotencia de los americanos sobre el resto del mundo (ya no sólo marroquíes, sino también ingleses y franceses), están presentes y bien repartidos por el film.
Pero es un Hitchcock, dejando sus reconocibles píldoras por aquí y por allá. Una de las más divertidas es esa constatación de que al niño americano no le gusta la comida inglesa, precedente claro de las repetidas sobre ese pobre comisario de Scontland Yard de “Frenzy”, atormentado por los estudios de cocina de su mujer. Y está llena de autocitas. Al margen de su propia presencia, hace gracia ver anunciado en un cartel y luego dirigiendo la orquesta al mismísimo Bernard Hermann, el responsable de la música de la película, al margen del “¿Qué será, será?” cantado por Doris Day, que aún lo sigo oyendo, subiendo de forma sinuosa por las escaleras de la embajada.

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