“Evocación de una vocación”, ha dicho Agnes Varda hoy, en su presentación de “Jacquot de Nantes” (1991) en la Filmoteca, que quería subtitular su película. Cansada por el intenso programa de actos que se ha planificado para su estancia en Barcelona, procedente de un tour previo por Portugal, su presentación, de una claridad, detalle e intención que hace dudar que haya sido efectuada por una persona de su edad, ha dejado claro que se trata de un film extremadamente especial para ella.
En él vamos siguiendo una ficción, en blanco y negro y con actores, sobre la evolución, de 1939 a 1944, de esa rara vocación temprana del subtítulo, la de Jacques Demy por el guiñol (de donde no quiere irse una vez ya acabada la función, por si vuelven a abrir el telón), el teatro, y, principalmente, el cine. Pero, de vez en cuando, de esa historia en blanco y negro surgen escenas en color. Unas representan los sueños de Jacquot, prefigurando los films que hará en el futuro, de los que van apareciendo breves escenas, para hacer notar cuánto de ellos surge de su experiencia infantil. Otras presentan al mismo Jacques Demy, evocando su infancia o, simplemente, contemplando el mar en ese año del rodaje, el último de su vida.
La ficción en blanco y negro no es sólo la historia de la vocación de Jacques niño. También puede verse como una historia de la Francia bajo la ocupación alemana, o simplemente de la vida, el trabajo y ocio de las clases populares franceses en esa época y, por la retahíla interminable de canciones populares que en ella se evocan y cantan, una especie de “Canciones para después de una guerra” gala. Maravilla el trabajo que Varda y su equipo hicieron para rescatar a la memoria de la gente los detalles de, por ejemplo, los objetos de las cobradoras de tranvía, o los de una casa o garaje como el de la familia de Demy.
Al margen de ese reconocimiento emocionado en la afición por el cine, y los sucesivos descubrimientos de Jacquot en esa dirección, la película alcanza su cima emotiva, dando a reconocer el enorme acto de amor que supone, en las plácidas escenas del presente. En una de ellas, Agnes Varda hace una panorámica de primerísimo plano de su propia piel, hasta llegar a sus manos, y descubrir en ellas una alianza. Bastante metraje adelante, otra panorámica recorre, en esta ocasión, la piel de Jacques Demy, recorre su brazo, y se encuentra con su correspondiente alianza.
Tenía un recuerdo de “Jacquot de Nantes” como película entrañable, con casi los únicos recuerdos del garaje familiar (que hoy ha explicado Varda que era el original, alquilado para la ocasión) y alguna panorámica de esas sobre la piel de Jacques Demy (enfermo de SIDA), que enlazaba con esas otras imágenes que Agnes Varda se rueda de sus propios brazos y manos en “Les glaneurs et la glaneuse” (2000), que ya presentan también manchas marrones, signo de la llegada de la vejez. En esta nueva visión he agudizado esa impresión, a la vez que he descubierto no pocas cosas más. Ella tiene un cierto carácter de niña grande, que exterioriza muchas veces en sus películas y en sus actos. Hoy ha estado completamente seria, atenta a lo que había de estar. Pocos cineastas han hecho una obra de estas características, a la que ella, ha dicho en la presentación, acompaña a veces como a esos niños violoncelistas en gira, porque no pueden viajar solos.
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