Una pequeña reflexión colateral suscitada por la visión, esta tarde, de la última y estimable película de los hermanos Dardenne, “Dos días, una noche” (2014):
Las fábricas empezaron en las ciudades, y sus trabajadores vivían, inicialmente, en sus mismos edificios, para luego hacerlo en sus alrededores. La “conflictividad” llevó a muchas industrias a situarse en valles remotos, en ocasiones con colonias para sus trabajadores en el mismo recinto, o barrios de viviendas cercanas, siempre manteniéndolos muy aislados del mundanal ruido. Últimamente, con los cambios sufridos en todo Occidente, proliferan empresas ubicadas en las afueras de las poblaciones, y si algo caracteriza a las viviendas de sus trabajadores, como deja bien patente la película, es su enorme dispersión.
En el film de los Dardenne, es curioso, las viviendas más céntricas, en los emplazamientos más urbanos, corresponden a los trabajadores de oleadas migratorias más recientes, y son las más deficitarias. Pero son una excepción. La gran mayoría de los compañeros de Sandra, su propia familia, viven en barrios alejados entre sí, muchos en casas nuevas, y deben desplazarse en coche o mediante un penoso trayecto en autocar de un lado a otro. Y su salario les debe llegar, claro, para pagar la ampliación de la casa, los electrodomésticos, la universidad del hijo, todo el ritmo de vida en que se han embarcado.
Creo que recordaré la película en el futuro por esos trayectos de un sitio a otro, por esa dispersión física que se corresponde, que duda cabe, con otro tipo de aislamiento genérico.
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