Es Luis Ospina, que dentro de la Semana de Cine Colombiano inauguraba hoy en la Filmoteca, con la proyección de “Un tigre de papel” (2007), un ciclo con cuatro de sus películas. Le ha presentado (en rojo, a la derecha), Ramón Font, que ha empezado señalando y pidiendo atención a la singularidad del título de la revista de cine que fundó: “¡Ojo al cine!”
Como ha señalado el mismo Ramón Font, “Un tigre de papel” no es de esas películas a ver después de haber leído su press-book, sino de las que deben verse virgen en cuanto a conocimiento de su contenido, por lo que sólo señalaré que me ha parecido una muy dinámica película, que narra, de forma además muy divertida, toda la evolución de una generación cultural y política de Colombia…y del mundo. Me dedicaré aquí, en cambio, a explicar en plan telegrama lo que entre Font y Ospina han explicado y yo he anotado sobre la evolución cinematográfica de este último.
Punto de partida a no olvidar, su trabajo en el cine-club de Cali, su ciudad. De allí, la entrada en revistas de cine y el inicio de un recorrido como cineasta que ha pasado por todos los formatos del cine (S8, 16mm, 35mm) y del video y el digital (del Betamax al HD), con más de 30 películas en su haber, sin olvidar su dedicación como profesor (el primero de cine en la Universidad colombiana) y como director de festivales de cine. Ha señalado que le gusta recordar que empezó filmando (con la cámara de su padre) el año de la muerte del cine (el año de la famosa frase de Rossellini) y que da gracias porque su agonía ha sido muy larga, lo que le ha permitido a él, hasta el momento, intervenir. Que ha dirigido la segunda película colombiana de vampiros y la primera de cine negro. Que luego, en los 80, desengañado del cine comercial, se adentró en el terreno del documental, practicando un cine urbano, no rural y costumbrista como este tipo de cine solía. Pero también ha explicado que conoció el mundo antes que nada por el cine, un cine, el colombiano, que tuvo durante el periodo del mudo un cierto peso, pero del que no se ha conservado más que la primera película antiimperialista colombiana (“Garras de oro”, de 1928), y eso porque se descubrió hace unos 20 años, emparedada en un viejo cine durante su demolición.
Y me ha gustado mucho pensar en esa correspondencia hablando de cine que, cuando el correo no era electrónico, tenía con corresponsales de todo el mundo y, entre ellos, con Miguel Marías en Madrid y Ramón Font en Barcelona.
Y debe ser muy conocido por la red de FB, porque cuelgo la foto que he hecho y el sistema me pone inmediatamente su identificación, que he borrado, por discreción...
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