Tenía cierto miedo al maratón filmotequero, pero ayer acabé yendo, con intención de quedarme hasta la noche, a la primera sesión de tarde de la Filmoteca para ver "Primate" (Frederick Wiseman, 1974). Me dije que ya me iba bien anímicamente emocionarme con una serie de experimentos que demostrasen lo humanos que podían llegar a ser nuestros primos en el árbol de las especies animales: La institución escogida para estudiar al detalle por Wiseman era en esta ocasión el Yerkes National Primate Research Center, en Atlanta, Georgia.
Unos científicos melenudos casi californianos, muy de la época, me corroboran que mi terapia va por buen camino. Rellenan formularios cronometrando y anotando todo el detalle de su comportamiento sexual o su respuesta a diversos test de inteligencia. También nos enternecemos viendo qué hace una madre gorila justo después de haber parido a su encantador bebé, que se agarra con fuerza a dónde puede. Perfecto.
Pero poco a poco, pese a la simpatía con la que se dirigen a ellos por su nombre de pila y otras cosas así, te vas dando cuenta de que chimpancés, gorilas y otros micos son ahí auténticos bichos de laboratorio, y maldita la gracia que te hace. No sólo eso. Les empiezan a hacer auténticas perrerías, notas un sudor frío recorriéndote todo el cuerpo, y hasta llega una escena en la que corroboras que el correspondiente científico, ya sin melenas pero con unas largas patillas, parece el mismísimo Dr. Mengele.
Al final le digo a mi compañero de butaca que desde las sesiones de cine independiente de los 70, en que no había película en la que no torturasen a un animal, no lo había pasado tan mal. Justo entonces caí en la cuenta de que ese era precisamente un film de los setenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario