Ir a escuchar a Víctor Érice siempre está bien, aunque se hayan visto ya las tres películas proyectadas. “Alumbramiento”, “La morte rouge” y “Vidrios partidos” fueron anoche las tres suyas que constituían la sesión escogida para abrir el ciclo “Més enllà del mirall: 10 anys sense Joaquim Jordà”. Aún sin acabar de entender la relación con Jordá, a ver quién desprecia esa u otra excusa para oír de nuevo a Érice hablando de lo que sea tras la proyección de su cine.
No ha decepcionado, claro. Apenas nadie ha abandonado la llenísima sala a la hora del coloquio, y era impresionante el silencio que ocasionaba la atención de tanta gente a sus reflexiones. Al final se ha iniciado un fuerte aplauso de despedida, pero a la que se ha visto que tenía intención de decir algo más, han parado rápidamente los aplausos, para poder oírle unos minutos adicionales. Se ha palpado la admiración existente por todo lo suyo.
Luego, paseando y comentando la jugada con otros asistentes, he explicado que hasta me he sorprendido estando por primera vez en desacuerdo con sus opiniones. Hablaba él de su última película, “Vidrios partidos”, y acababa de señalar que para la preparación del film había grabado una larga serie de entrevistas con antiguos obreros de la fábrica llenas de sinceridad, verdad y emoción, y había filmado también la semi-ruina actual en que se ha convertido esa fábrica textil que fue en su día una de las mayores europeas. Supongo que le tergiversaré, pero al menos le he entendido diciendo que la escritura cinematográfica no consiste en agrupar una serie de testimonios y de tomas como esas, y que, habiéndole servido de base, en su papel de cineasta reescribió y adjudicó un extracto de esas declaraciones a los personajes que aparecen (casi recitando) en el film.
Si creo estar en desacuerdo, aún entendiendo perfectamente su argumentación, es porque el “Vidrios rotos” que me entusiasma empieza precisamente con el acordeonista tocando delante de esa impresionante fotografía mural del comedor de la fábrica, de la que Érice nos acerca una serie de caras llenas de verdad. Y porque daría bastante dinero por ver un montaje suyo con esas imágenes de la decrepitud actual de las instalaciones y esas declaraciones iniciales no pasadas por el cedazo de la interpretación.
Lo que ha acallado los aplausos al final, para ver qué más decía, ha sido su declaración de sentirse partícipe de una cofradía de cineastas situados –no por voluntad propia- en la periferia de la industria. Bendita cofradía.
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