Me está empezando a alarmar más de la cuenta, llegando a un cierto agobio, todas esas películas de Frederick Wiseman que, analizando detalladamente una institución de los Estados Unidos, te trasmiten un panorama desolador sobre la ideología media de toda una sociedad.
Hoy era el segundo y último pase de "Missile" (1988) en la Filmoteca. Escoge una ciudad específica -una base aérea- y sigue todo el proceso de formación de unos oficiales que serían los encargados, desde un subterráneo, de lanzar misiles con cabeza nuclear "en caso de que el Presidente de Estados Unidos vea que es necesario": Clases machaconas, en algún caso afianzamiento de planteamientos morales, e instrucción directa mediante la simulación ante unos sistemas muy mecánicos que desde entonces habrán tenido que sufrir una costosísima actualización para ser sustituidos por los correspondientes electrónicos. El documental apenas si recoge alguna distracción familiar, asistiendo a un encuentro deportivo o a una comida en la propia base, lo que me ha recordado a la "Casa de solteros" y otras casas que tenía en su mismo recinto una fábrica de una empresa en la que trabajé para las familias de sus cuadros. Encerrona completa.
Fácilmente se pueden enlazar las cuestiones patrióticas con las misiones divinas. La penúltima escena presenta el sermón de un sacerdote en un multitudinario funeral por unos astronautas muertos "para que vivamos todos mejor" y los cánticos posteriores los dirige el mismísimo coronel del centro. La última -previa a la machacona del tráfico de automóviles por las calles internas de la base- al jefe de la base despidiéndose "tras 40 años de servicio" y mencionando la palabra clave de todo el sistema: Disuasión ante los soviéticos, o ante quienes sean.
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