Después de tres días a sesión de más de dos horas diarias de “Las mil y una noches” (Miguel Gomes, 2015) se corre un serio riesgo de caer mañana en una fuerte depresión post-parto, por inanición. Quizás para evitar este mal, en el tercer trozo (“O encantado”), tras un buen rato de (hermosa) crisis, en la que Sherezade (aunque lo diga en verdad su padre, el Gran Visir) está cansada y ya no sabe qué decir, reemprende sus historias, pero centrándose básicamente en una larguísima de unos pajareros que habitan en un barrio empobrecido cercano al aeropuerto de Lisboa, que ha hecho desfilar de forma más notoria que las otras noches al público de la Filmoteca.
Pero antes, y sobre todo al principio, ha habido tiempo para todo. Primero para ver danzar a una bailarina persa… que recuerda sospechosamente a la de “El río” (Jean Renoir”, 1951), pero evolucionando no ante una pared, sino ante el mar. A continuación para pescar una serie de vistosas y divertidas historias de un Bagdad muy mediterráneo, con una más que hermosa e inteligente Sherezade intentando vivir lo que no ha vivido y en ocasiones con persas de leyenda que más parecen hippies ibicencos, curiosos adoradores del Metal, si bien se cruza en las imágenes con un concierto de samba en los USA.
Sherezade vuelve a contar finalmente historias, pero son entonces ya sólo dos, la de los que atrapan pájaros para “hacerlos girar” (aprender a cantar) y vencer en concursos y la mucho más corta e intercalada de Fuente Caliente, esa china que explica que ha conocido a un portugués, pero en la pantalla vemos el sitio del Parlamento portugués o una protesta con una pancarta que dice “No dejar morir Abril”. Y ella misma –Sherezade- entra en bucle: En la pantalla cada vez con más frecuencia se nos va colocando un letrero que nos repite que al llegar el alba se calló, y otro al poco tiempo que nos dice que volvió a contar (otro aspecto de la historia de los pajareros, claro).
Aún no sé decir qué predomina en las historias de los dos primeros días, pero me resulta claro que en las de este tercer trozo, y habría que exprimir y sacarle una interpretación a eso, son historias narradas básicamente utilizando el sonido. No vemos a la china que relata su historia: lo hace en off. Y a los pájaros les envuelven sus jaulas, por lo que sólo les oímos cantar, sin verles hacerlo.
Al final todo acaba con una larga panorámica siguiendo la marcha del veterano pajarero, aprovechando al máximo las cualidades del formato panorámico con el que está hecha toda la película. Quizás, como hemos estado comentando a la salida de la sesión, el que después de tanta historia haciendo volar la imaginación acabemos inmersos en el mundo de esos pajareros (y a través de ellos en la vida de su barrio), en el más puro afán documentalista, no sea en absoluto involuntario. Los pajareros están refugiados en su mundo, lleno de pájaros que deben atrapar y adiestrar, ajenos a otros asuntos…
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