Tiene, para empezar, un cartel precioso, con varias versiones, que se ha popularizado mucho. Y luego tiene a "la criatura", quien, como no podía ser de otra forma, se enamora de la bella, aunque ésta ni caso, y sólo un gritito por aquí, otro gritito -susto va y susto viene- por allá. Es "La mujer y el monstruo" ("Creature from the Black Lagoon", Jack Arnold, 1954), y la están pasando por TCM estos días, ofreciéndola como "un clásico".
Lo que mejor aguantan son los prolegómenos. Pareja de científicos analizando a las criaturas oceánicas en los años de avance en los estudios interplanetarios. Ella está al tanto hasta de la pausa que han de hacer los submarinistas en su ascensión para aclimatarse al cambio de presión, pero lo mejor es cómo luce sus impolutos shorts blancos con los que también se adentra hasta lo más profundo del Amazonas. Otra escena cumbre es cómo nada despreocupadamente en una ignota laguna, perdida entre la selva. Va con un luminoso bañador también blanco, y ahí es donde parece que atrae al pobre monstruo, que emprende un ballet en las profundidades viéndola evolucionar en la superficie, y está a punto de tocarla por aquello del impulso de acariciarla.
Por lo demás van muriendo los indígenas (en este caso hispanos), que son siempre los primeros prescindibles, se producen los consiguientes celos por la dama (aún antes de la entrada en juego de ese tercer extraordinario competidor) y varias discusiones ante procedimientos no muy éticos de uno de los contendientes, que está sólo para la fama y, ya puestos, el dinero. Se repite, ante el buen juego dado, la escena de las garras del monstruo apareciendo o desapareciendo discretamente, como se repiten hasta hacerse bastante aburridas las evoluciones subacuáticas de todos. Y por el final aparece la escena reproducida en el cartel, que es la que todos estábamos esperando.
Como cosa técnica yo señalaría la presencia de alguna transparencia bastante discreta, no abusar demasiado del cartón piedra y el intento -pronto olvidado- de fomentar el suspense a base de no enseñar por completo a la criatura, e ir mostrando de ella sólo una garra. Claro que pierde efecto la cosa, porque todos hemos visto previamente el póster de la película... En todo caso, cuando aparece de cuerpo entero, te pones a pensar en lo incómodo que debió estar todo el rato el que usaba ese disfraz con una espina dorsal tan retráctil, y pierdes comba.
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