jueves, 5 de mayo de 2016

Few of us


Al llegar a casa tras ver anoche en la Filmoteca “Few of Us” (Sharunas Bartas, 1996) fui a ver si encontraba alguna documentación sobre la película que corroborara las intuiciones sobre su trama (porque existe) que me he ido formando. Me temía que en sus críticas sólo encontraría frases ambiguas, traspasando impresiones que va captando el espectador, y el escrito de Thierry Lounas para el Cahiers du Cinéma 505 (Septiembre 96) es ciertamente así, pero tiene a su favor su sinceridad y claridad, avanzando hasta donde ve que puede explicar porque ha entendido, y nada más. Es de agradecer, y aún más que no entre en contradicción con lo visto e imaginado, claro.
Una primera reflexión que me hago es que en 1996 no debían ser tan frecuentes como ahora (¡en absoluto!) las películas constituidas “haciendo durar los planos, lo más frecuentemente fijos, de tal forma que (…) seamos continuamente llamados a nuestra condición de espectadores, a que siempre sea dejada abierta nuestra imaginación”. Arranca el film precisamente con un primer plano general (foto comentario 1) en el fondo del cual se aprecia circular un tren de mercancías, y ya sabemos lo largos que pueden llegar a ser los trenes de mercancías lejos de nuestro país. A este plano le sigue otro de un puente para la circulación y después toda una serie de planos desde helicóptero (foto de esta entrada), hasta que veremos que en ellos viaja una chica, con el rostro inexpresivo, pero siempre duro.
Lounas: “No se sabe si su caída en ese paisaje es un regreso a su país o una simple expedición; no se sabe tampoco qué lazos la unen a los demás (que van apareciendo). (…) Ella es un cuerpo extraño sumergido en un medio que parece homogéneo” (en principio el país de los tofolares, en lo más perdido de Siberia). Pronto se verá que ella “hace estallar la ficción”. Primero, en una imagen onírica, que nos acerca –entonces sí- a Tarkovski, haciendo aparecer “un suelo de casa que se transforma en un parterre lleno de helechos y vegetación” (foto comentario 2). A continuación mediante una pelea cuchillo en mano. Por último, haciendo pensar en fugitivos y posibles venganzas.
Un primer personaje de ese mundo que aparece remite directamente a Dersu Uzala, de quien rastreamos todos los surcos de su cara, y a quien vemos fumar a conciencia (foto comentario 3). Un segundo la conduce a ella en una oruga que recorre el cauce de un río (y nuestros ojos se van irremediablemente hacia un cargador repleto de balas, en otro reclamo de suspense y tensión propio de una ficción) hasta una población.
Unos terceros, y ahí es donde yo le lanzaría todos los peros a la película de Bartas, son un buen puñado de habitantes de ese poblado junto al río. Porque sus imágenes nos dan tiempo para apreciar todos los sonidos que caracterizan a ese poblado, desde el agua que hace golpearse entre sí los guijarros del lecho del río hasta los ladridos de los perros (casi únicos intentos reales de comunicación de la localidad), de la misma forma que antes hemos visto y oído cómo los abetos se mecen con el viento, pero también vemos una mugrienta fiesta casera inundada en alcohol, en la que casi todos los que aparecen son border-line, si no están ya en realidad mucho más allá de la línea de la cordura. Una corte de los milagros, bufones malformados de cuadro de Velázquez pero con tintes de las pinturas negras de Goya que Bartas nos podría ahorrar, mientras que, en cambio, parece que se refocile con ello.
Hecha esta salvedad, volviendo a Lounas: “Este cine es un verdadero cine del (acto del) conocimiento”


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