Fritz Lang, dice Eugenio Trías (“De Cine”, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2013), “dedicó toda su vida a borrar las huellas de su biografía, como si ésta escondiese algún hecho luctuoso, o infamante, que no pudiera exhibirse en público”. Acabo de ver “Fritz Lang. El círculo del destino” (Jorge Dana, 1998), un documental sobre la etapa alemana (inicial y final, en un círculo mal cerrado) del realizador, y algo hablan las diferentes entrevistas de estas cosas.
Por un lado, todo lo relacionado con la muerte por arma de fuego de su primera mujer -suicidio, accidente u otra cosa-, ocurrida tras haber descubierto ésta in fraganti a su marido con Thea von Harbou. Suceso, en todo caso, que estuvo atormentando a Lang durante toda su vida. Por otro, la famosa entrevista con Goebbels y, sobre todo, los acontecimientos posteriores a ésta. En todas las entrevistas Lang se encargaba de señalar que al salir del Ministerio de Propaganda hizo sus maletas y al día siguiente huía presto de Alemania. Un historiador tuvo la paciencia de ir consultando, para comprobar fechas, toda una serie de documentos oficiales, y entre ellos el pasaporte del cineasta. Le quedó claro que su salida de Alemania no fue al día siguiente, sino, como dice en la entrevista, paulatina. Y añade: física, mental y políticamente.
Aunque en teoría al margen de su obra, que es lo importante, hay cosas que no hay manera de dejar a un lado cuando se analizan a ciertos personajes, porque son de las que acaban estando siempre totalmente presentes.
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