jueves, 20 de agosto de 2015

Los pájaros de Baden-Baden



Si "Me enveneno de azules" pasó, en mi opinión, la dura prueba de la revisión, encontrándole cosas que no le habría visto en su momento, "Los pájaros de Baden-Baden" (Mario Camús, 1974, anoche en la 2) no lo ha hecho, al menos para mí.
La preceden unos horribles títulos de crédito, con música "nivel de vida" (que decía Pere Portabella), que cubre y encharca todo, hasta las atinadas y reveladoras imágenes de un Madrid sin coches ni gente, abandonado por las vacaciones de verano. No sé cómo Camús, un director que ha hecho películas muy apreciables, que marcaban un nivel medio del cine español muy defendible, tuvo agallas para admitir sin alterarse la música de García Abril, que puntúa los momentos trágicos, cómicos, de amor, etc, de la penosa y redundante forma tan habitual. Supongo que entre otras cosas obligada por estar su pareja principal protagonizada por extranjeros, es además una película doblada, cuando está pidiendo a gritos sonido directo, de forma que gana mucho cuando desaparece la bochornosa música y no se habla, pero la dicha acaba cuando reconoces los típicos pasos de efectos especiales (aquí en dos versiones: sobre piedra y sobre arena).
Por un momento parece que pese a todo puede hacer la travesía sin naufragar. Intentando abstraerte de todos esos inconvenientes valoras la referencia a la magnífica "Los amores tardíos" de Baroja -aunque se repita hasta tres veces-, la caricia que le da a ella en su mejilla de rostro de virgen renacentista para luego apartarse por miedo a desgraciarla, y te dejas llevar por el espectacular tipín de Catherine Spaak. Pero la cosa se alarga, aparecen un par de escenas horribles y casi cae de lleno en el desesperante género de las películas con niño. Se hunde con todas las de la ley, quizás para lograr un más duro contraste con el vuelco final, pero me temo que para entonces el mal ya está hecho...
Hay pocas fotos de la película por la red. Ésta aparece en blanco y negro.

Voy escribiendo esto, y me doy cuenta que par ser coherente no debiera hacerlo. Escribí hará unos veinte años un texto -que he buscado infructuosamente- en que narraba mis sorprendentemente cambiantes impresiones ante tres visiones sucesivas del film:
La primera vez que la vi fue en un festival casero de hace cuarenta años. Lo sé porque Escribí sobre ella en una crónica del "Cinema 2002" núm. 7 (sept 75: me ha costado pero al final sí que la he encontrado). Acababa, antes de su visión, de leer a Aldecoa, y la película me sentó como un tiro, posiblemente porque me rompió toda mi identificación con el protagonista del relato. Escribí entonces: "(...) Es así como el desorientado fotógrafo que es Pablo en el relato de Aldecoa base de la película se convierte en un maduro divorciado; su desván en una torre de zona residencial madrileña (veo ahora que El Viso); sus desordenados montones de libros y carpetas de fotos, en una escrupulosa y aséptica estantería; su desaliño en el vestir, en un impecable conjunto tejano-Lacoste (veo ahora que Fred Perry), eso sí, muy "despreocupado", y sus rápidas bajadas al bar del sótano para comprar hielo en escapadas al restaurante de la pareja. También la mujer de treinta y cuatro años que ha abandonado a su novio por propio convencimiento, que empieza a ser consciente del paso de los años por su cuerpo y su vida en el relato de Aldecoa, se convierte en la Catherine Spaak que Camús hace estar todo-lo-bien-que-quiere en la película (...)."
Unos diez años después volví a ver la película. Ese salto de edad debió ser decisivo, porque esa vez entré en la película, y me avergoncé de haberla criticado en aquella situación anterior. Tanto es así que me dije que nunca volvería a hacer una crítica de una película si era para dejarla mal.
Pasaron otros diez años y escribí ese texto que no he encontrado precisamente después de ver el film una tercera vez. Me dejó indeciso, valorándolo en ciertas cosas y denostándolo por otras, y me puse entonces a reflexionar cómo una misma película puede obtener de uno mismo reacciones tan diferenciadas.
Ahora han pasado otros veinte años, y me provoca un gran desasosiego no verme capaz de auparla tras esta ya cuarta visión, porque comprendo perfectamente lo que Camús y Marinero querían hacer y decir con ella.

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