Estoy en el grupo un poco accidentalmente y bastante como intruso, porque no soy un buen conocedor de Pier Paolo Pasolini, como sí lo son -y mucho- otros miembros del Projecte Pasolini Barcelona. Pero haber ido asistiendo a las diferentes conferencias y mesas redondas propuestas hasta el momento bajo ese paraguas me ha ido dando una serie de claves sobre su obra. Así, gracias a ello, me ha sonado, por ya oída, esta consideración sobre su forma de hacer películas, que apunta Alberto Ruiz de Samaniego en el capítulo -muy apoyado en Walter Benjamin, y bastante árido para mi paladar- que en su libro "Las horas bellas" (Abada Editores, 2015) dedica a los "Apuntes fílmicos" del cineasta. Transcribo, limando un poco:
"(...) La singular forma de filmar de Pasolini (está) caracterizada (...) por la defensa a ultranza del instante de vida cortada, de lo abrupta o impetuosamente segmentado. Y luego montado un poco al modo (...) nervioso de quien pega con pasión y urgencia aquello -destruido- que ama; que ama por (estar, o incluso haber) destruido."
Y más adelante lo que ya recordaba haber oído -y asimilado- en una de las sesiones en el Instituto Italiano de Cultura: "(...) Habremos de contemplar (...) la operación de montaje en Pasolini como verdadero acto que impone el sentido a lo azaroso vital: el cuerpo humano, como todo lo orgánico, ha de ser despedazado 'a fin de recoger en sus fragmentos el significado verdadero' (...). Porque la vida -Pasolini no se cansó de declararlo- sólo es legible tras la muerte, o mejor: por la muerte, que es la figura que concede el sentido a toda la existencia anterior, al consumarla. Exactamente lo mismo realiza el proceso del montaje. (...) El cine sería como una vida después de la vida, o de la muerte misma."
En la foto, Willem Dafoe interpretando a Pasolini delante de una mesa de mezclas en el film de Abel Ferrara.
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