El capitán del Graf Spee y el de un mercante británico hundido, departiendo.
El capitán británico, curioseando el buque estrella alemán.
El comodoro de la flotilla de cruceros británicos, hundiendo una estrategia para atrapar al Graf Spee.
“La batalla del Río de la Plata” (1956) es la típica película de batallas navales de la II Guerra Mundial, pero rodada por Michael Powell y Émeric Pressburger. No es que se escape demasiado del relato triunfalista sobre la heroicidad del vencedor, pero alguna cosa de ellos tiene.
A mí me ha interesado, primero, por otros motivos. Me parece que no llegó a estrenarse nunca en España y se perdió entonces un seguro espectador, como sin duda habría sido mi padre, entusiasta y gran conocedor de las batallitas navales (vistas desde lejos) con protagonismo británico. Sabía recitar toda su flota, y discernir todas las siglas que empleaban.
El episodio evocado por el film, la caza del acorazado alemán “Graf Spee”, que había hundido cantidad de barcos desde el inicio de la guerra, por parte de tres cruceros británicos, con el sorprendente final de la nave, me lo había explicado alguna que otra vez, y hasta creo recordar que ilustrado por dibujos del Ilustrated London News.
Toda la presentación inicial de la situación es impecable y muy espectacular la precisión visual -dadá la época de la película- de operaciones como el aprovisionamiento (con hombres y combustible) desde el barco nodriza al Graf Spee.
A Powell y Pressburger les podemos atribuir, supongo, ciertos colores del film y todo ese dibujo que hay en él del respeto por la casi perdida caballerosidad entre enemigos (aquí siguiendo el código del mar), algo que también vertebraba, por ejemplo, su “Coronel Blimp”.
Cuando la cosa se pone un poco pesada con la batalla, las pérdidas de vidas y materiales ocasionadas y todo eso, la acción se traslada inesperadamente a Montevideo, donde, además de los embajadores europeos de las naciones en liza, aparece la ciudad festejando su neutralidad y entreteniéndose con el espectáculo del acorazado alemán en su puerto. Por ahí surge hasta Christopher Lee ofreciendo una versión de chulo latino muy curiosa.
Una visión aérea de los terrados de la embajada británica y las calles de la ciudad de Montevideo, por cierto, me recordaron, aunque aquí se trata de un plano fijo y no de los casi tropicales movimientos de cámara del referente, a “Soy Cuba” (1963), de Kalatanazov. Aquí no hay el choque entre lo soviético y el tropicalismo, pero la confrontación del espíritu latino con la supuesta flema británica también tiene su cosa.
La vi anoche en la Filmoteca, donde la vuelven a pasar esta tarde.
El embajador británico en Montevideo, asomándose al balcón.
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