El otro día me recordaron el nombre de Hong Sang-soo como claro heredero de Éric Rohmer pero, fijándome un poco, no creo estar demasiado de acuerdo. Es cierto que en las películas de ambos los personajes hablan que se las pelan, poniendo en evidencia sus pensamientos y anhelos o, por lo menos, su carácter, pero los temas que tratan uno y otro, aunque en alguna ocasión aparezca en Sang-soo también el azar en forma de encuentros fortuitos, me parecen muy diferentes.
Por otro lado, la planificación de ambos difiere enormemente. Rohmer prefería, es verdad, que fueran sus personajes los que dinamizaran con sus movimientos la acción, frente a que fuera la cámara la que la marcara. Hong, por su parte, suele mantener la cámara fija, pero en planos muy sostenidos, ante unos personajes hablando que no suelen entrar y salir de ese encuadre, cosa que sucede a menudo en Rohmer, porque en él son esos movimientos y disposiciones de personajes en cuadro, apareciendo o posicionándose juntos o separados, parcelando la imagen cuantas veces sea necesario con la cámara (por ejemplo, en una conversación), fundamental en su forma de hacer.
Me fui fijando en todo esto ayer viendo, otra vez con gran satisfacción, “Walk-up” (Hong Sang-soo, 2022; Festival D’A), que sigue la pauta de sus películas anteriores, con un poco más de duración (97 minutos)
En la película aparece también un premiado cineasta que causa admiración, encuentros que suponen la bebida de notables cantidades de alcohol (si bien aquí es vino del caro, dejándose el soju para momentos solitarios) que implican irse algo de la lengua. También está ésta estructurada a base de unos cortes temporales bastante sorprendentes, que obligan al espectador a, tras unas cuantas dudas, darse cuenta de que ha pasado el tiempo en otra inesperada elipsis. Y, por último, también surge la referencia al “extranjero” (por el mundo occidental) como admirado modelo cultural y de vida.
Detrás de la apariencia de un ser de personalidad arrolladora se descubre también que anidan los temores, casi infantiles, más profundos. Quizás lo que sea nuevo es ese explicito reconocimiento de la ignorancia absoluta sobre la generación de los hijos.
Como recurso utilizado en otras de sus películas, en una escena vivimos dos posibilidades evolutivas, ambas sólo en la mente del protagonista. E, incluso, la en un primer momento desconcertante secuencia final la veo personalmente formando parte de ese constante dar opciones, en su cine, para considerar las historias que vivimos como espectadores ya como reales, ya como imaginarias.
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