Que no se malinterprete: “El artista anónimo” (“Maestro desconocido” sería una traducción más certera; Klaus Härö, 2018), pese a su pase ahora por Sundance TV -¿o quizás eso es la demostración?-, es una película de factura de lo más convencional, con una música ambiente tópica y omnipresente y una evolución argumental de lo más previsible.
Y, sin embargo, qué agradable ver una historia con un personaje creíble, algo tan fácil pero poco habitual como ambientada en el centro (antes de su degradación) de una capital europea (aquí Helsinki), con muchas escenas en una galería de pintura, otras en unos archivos de la materia o en una casa de subastas, o mostrando el ajetreo del paseo con un tranvía que no es de atrezo. Casi hasta se le perdonan sus trillados chisporroteos sentimentales.
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