Es Amalric, como director y quizás también como actor, un cineasta amante del exceso, con lo que es bien fácil que atragante al más pintado.
Eso bien puede suceder, con toda razón, a quien acuda a ver “Serre moi fort” ("Abrázame fuerte", 2021; Zumzeig y Cinemes Girona) y, si no, que se lo expliquen a ese señor de edad que estuvo ayer murmurando desde el comienzo, desconcertado, protestando a su mujer, hasta que le silenciaron, para acabar yéndose airado del cine cuando ya no faltaba demasiado para acabar. O, sin ir más lejos, a quien me acompañaba, que se aburrió de lo lindo, hasta casi lograr que le cayera mal una antes adorada Vicky Krieps.
Yo no sé si soy más indulgente, si la abstemia de cine en salas que llevo últimamente me vuelve más vulnerable, pero el caso es que seguí con atención y mucha proximidad la película, saliendo satisfecho y todo de haberla visto.
Imposible convencer, no obstante, a quienes se hayan indispuesto con ella. Podría intentarlo comentándoles eso de que hemos visto en el cine todas las historias una y otra vez, y ya viene a ser muy difícil asistir otra vez a su relato lineal y, encima, emocionarse con ellas. Hay que intentar, entonces, otras vías, y eso entiendo que es lo que ensaya, sin miedo al artificio, sobre todo en su principio, Mathieu Amalric.
¿Que cómo lo intenta? Pues entrecortando y acelerando el intercambio de planos, pasando de adelante a atrás y de atrás adelante en el tiempo, saltando de un lugar a otro o de lo imaginado a lo real, en una serie de escenas en las que los adultos se rompen y embriagan y los niños son los que adoptan un papel sereno, contemplativo, de sabios.
Pero creo sinceramente que Amalric no monta así esas escenas para desconcertar al espectador, sino que lo hace para enganchar, encadenando a trompicones múltiples motivos de emoción a flor de piel, como cuando muestra a esa hija que entra en el dormitorio de ella y se acurruca entre sus piernas mientras le susurra que quiere permanecer ‘embrassé sur tes jambes’, a ella cantando siguiendo el cassette del coche o bien estableciendo diálogos virtuales entre personajes en escenarios separados o evidenciando una comunión a distancia mediante una determinada música,…
Al poco tiempo uno ya ve claramente que no le van a explicar la historia de una separación, sino el relato de una pérdida, encajándose a partir de entonces todas las piezas con suma facilidad. Una facilidad que disminuye la emoción que había captado el entregado, mientras que llega demasiado tarde para quienes han previamente rechazado visceralmente alguna de las cosas que han tenido que tragarse.
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