Farocki se acaba de quemar el brazo con un cigarrillo para ver si así, mínimamente, nos damos cuenta de la brutalidad del napalm, a diez veces más temperatura y ampliando la zona de contacto.
Ayer, en el seminario “Escribir el cine”, Gonzalo de Lucas nos ayudó a ver mecanismos repetidos por Harun Farocki y Jean Luc Godard en sus films-ensayos.
Se trata siempre de comparaciones, asociaciones especiales, que sacan de las imágenes (y sus sonidos) conclusiones muchísimo más ricas que las que pueda ofrecer una simple lectura directa.
La sesión sobre ellos dos llevaba el título de “Gestualidad del montaje” porque de Lucas, a partir de piezas analizadas en un libro que co-escribió previamente, quería hacernos ver reflexiones y decisiones que se toman precisamente en el montaje de una película, la fase más oculta de la realización de un film, hasta el punto de tener lugar, habitualmente, en locales subterráneos.
Ambos demuestran que se puede hacer cine a partir de los medios más sencillos, como puede ser comparando dos imágenes, dos fotocopias, entre sí.
Se ve que Godard quiso entrar a dar clases en el prestigioso College de France -comentó Gonzalo de Lucas- y fue dolorosamente rechazado. Pero algo queda en sus films de esa voluntad didáctica. Quería en sus clases, como luego hace en sus películas, dar prioridad a la imagen sobre la palabra, de la misma forma que, en vez de presentar un guión escrito para optar a las subvenciones oficiales, ofreció en alguna ocasión una serie de imágenes o filmaciones entrelazadas, comentadas. Es algo que, desgraciadamente, en un mundo dominado por las imágenes -se lamentó Gonzalo de Lucas- hoy en día no se hace: incluso en las clases de cine, en vez de explicar las imágenes con otras imágenes, se pide hacer mediante un escrito, siempre mucho más lineal, perdiendo sugerencias.
Farocki también estaba obsesionado por lograr comparaciones provechosas. La primera imagen corresponde a “El fuego inextinguible (1969), en la que, para hacernos comprender como debe ser la quemadura del Napalm (lanzado por entonces en bombas norteamericanas en el Vietnam), se quema él mismo el brazo con un cigarrillo, mientras informa que un cigarrillo arde a 400 grados, mientras que el Napalm lo hace a 3000 grados… Una forma de intentar acabar con la insensibilización frente al dolor que provoca la sucesión de reportajes televisivos sobre conflictos bélicos.
La primera pieza presentada en la sesión no fue, no obstante, esa, sino un programa de “Cinéma, cinémas” en el que Godard comparaba la forma en que nos mostraba un mismo hecho -la guerra de Vietnam- Kubrick en “La chaqueta metálica” y Santiago Álvarez en “79 primaveras”.
En comparar está la base. Así se entienden propuestas como el “Número deux” de Godard o “Interface” (1995), con el que Farocki hizo su primera pieza para museo y no sala de proyección, utilizando dos monitores cuyas imágenes confrontaba entre sí.
Más puntos comunes entre Godard y Farocki señalados por Gonzalo de Lucas serían su voluntad de comentar las imágenes a partir de otras imágenes, señalar la diferencia entre lo que se ve y la visión (ésta mucho más rica, por cuanto elaborada en la cabeza: ese sería el juego del buen montaje), la relación de poder
entre el que dirige y el dirigido (haciendo ver lo que hay entre ambos -los elementos del trabajo de director-, que no suele verse).
Por el final, ya viendo trozos de la extraordinaria “Histoire(s) de Cinéma”, en un raro momento de ésta en el que no se confrontan tantas cosas a la vez que te superan, Godard hace aparecer el demacrado rostro de un agónico Nicholas Ray en “Relámpago sobre agua” moviéndose a cámara lenta, sobreimpresionado con una moviola renqueante que presta sus sonidos, ralentizados, a la banda sonora. Otra -tan certera- comparación.
El trabajo reflexivo -mucho más allá de la acción del rodaje- del cineasta.
No encontré la captura de imagen de “Histoire(s) du cinéma” y me dio pereza hacerla, pero quería acabar con el rostro de Nicholas Ray.
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