La vigilancia de la moderna (en cuanto a sus métodos represivos y al confort del despacho de su curioso director) prisión es absoluta.
El cubículo de la celda individual es visible sin esfuerzo alguno desde el exterior.
Aún así se producen continuas revueltas, que son acalladas en seguida. Si no funcionan las amenazas, se emplea agua a presión.
En 1929 Abram Room sitúa la modernísima prisión, con todos sus sofisticados y retorcidas medios, que alberga a los indóciles trabajadores de las explotaciones petrolíferas de “El fantasma que nunca vuelve”, en un lejano y bastante improbable país latinoamericano. El líder sindical José, al cumplir diez años de prisión, tiene derecho a un día de libertad. Quienes lo han disfrutado en otras ocasiones nunca regresaron, al aplicárseles la ley de fugas...
La copia de Mubi es bastante mala, y es una verdadera lástima, porque, al margen de esta incitación a la rebelión ante la tiranía... en las lejanas sociedades capitalistas, la cuestión formal de la cinta, con sus encuadres, planos con montaje acelerado (el paso del tiempo, los ejes de la locomotora) y por ejemplo una cámara en nervioso movimiento siguiendo en primer plano de su rostro la alocada carrera de su mujer, radiante porque va a ver después de tanto tiempo a su marido, se intuye de enorme altura.
El padre de José recibe una carta en la que éste le dice que va a regresar, por un día, a su casa y que podrán verse tras diez años de prisión.
Su mujer también va a poder verlo.
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