Supongo que una primera consideración de Luis López Carrasco al enfrentarse a esta “El año del descubrimiento” (2020) que tanta impresión está causando, debió ser establecer una equivalencia entre el país y un bar.
Efectuada esa ecuación, uno puede aceptar sin problema esa hora inicial de conversaciones de bar (de hecho, prácticamente toda la película recoge conversaciones en un bar...) algo caóticas, en pantalla doble, de la que sin embargo puede deducirse “el arte de la cuestión” en cuanto a conocimientos, pensamientos y despistes dominantes, ahora y antes, de la clase obrera sobre su situación y destino.
Pero entonces por momentos desaparece uno de los dos cuadros de la pantalla múltiple, dando pues énfasis al que queda, que corresponde a alguien efectuando una explicación de valor, y empiezas a ver lo que luego, en un capítulo posterior, toma cuerpo con claridad meridiana: el relato de la transformación brutal sufrida en España, cambiando de un sistema profundamente herido a otro vendido al mejor postor.
El año del descubrimiento es 1992, en el que mientras en Barcelona y Sevilla se hacía gala de una modernidad de lujo, en la zona de Cartagena unos 100.000 de los que por la noche contemplaban todo ese despilfarro por la televisión, veían que su trabajo, su forma de vida, se estaba tirando a un vertedero.
Oímos entonces principalmente a unos sindicalistas con papel importante en esos días, pero también por ejemplo a un jefe de la policía, que da su versión de lo que llevó en una fecha determinada de la escalada vertiginosa explicada, con protagonismo de gente variopinta, incluyendo al mismo Javier De la Rosa, hasta la quema de la Asamblea Regional.
La inmensa mayoría de los espectadores de ayer en el Zumzeig era gente joven, que parecía estar muy, pero que muy de acuerdo con el retrato de la situación actual de su generación y sus -nefastas- perspectivas que se efectúa en la película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario