martes, 28 de enero de 2020

Eduardo Arroyo

Eduardo Arroyo, en el ring, durante la entrevista.
Yo hoy tenía previsto ir a los cafés de París, que no sé con qué resultado final se visitaban en un seminario del CCCB, pero Victoria Combalía avisó que en la Filmoteca se pasaba un desconocido documental que Manuel Esclusa y ella habían hecho a Eduardo Arroyo en 1994 y la oportunidad se prometía única, confirmándose luego del todo el interés de su recuperación.
Manel Esclusa, Manel Guerrero, Victoria Combalía y Esteve Riambau, antes de la presentación de la sesión.
Tanto antes como después de la proyección los dos han explicado detalles sobre la génesis del trabajo, que iba a iniciar una serie promovida por Carmen Balcells sobre artistas y que pensaba continuarse con Brossa y Tapies, pero éstos ya se quedaron en su fase de únicamente proyecto. Fue una producción de Pepo Sol para Ovidio, que luego se quedó Mediapro. Juan Bufill, tras la sesión, señalaba que de esa época de documentales en U-matic como éste (en realidad rodando en 16mm y luego pasado a U-matic para efectuar en ese formato un entonces puntero, pero comparado con ahora muy rudimentario proceso de edición) hay un buen stock por redescubrir, porque con suerte se vieron -muy poco- en su día, y luego desaparecieron.
Winston Churchill.
V. Combalía ha explicado que le planteó a Arroyo -los dos vivían entonces en Paris- hacer el documental y éste no se mostró en absoluto tentado, pensando en el tiempo que debería destinarle. M. Esclusa ha reforzado la idea, diciendo que cuando llegó al sitio en que habían pensado hacerle la entrevista (una magnífica idea, que respondía tanto a uno de los grandes temas de Arroyo como a la estética de Esclusa: una esquina de un ring -presentado en plano inclinado, con un blanco y negro contrastado con zonas de oscuridad absoluta y puntos irradiando luz- de la Federación de Boxeo), Arroyo les previno que apenas había dormido y se encontraba fatal, con lo que poco podrían sacar de él. Pero resulta que hizo cuatro horas de declaraciones y su problema fue luego recortar.
André Malraux. Victoria Combalía ha señalado que con el tiempo se valorarán con seguridad mucho más los dibujos de Arroyo.
Tras una carátula con animación sobre una fotografía del rostro de Eduardo Arroyo, el programa se inicia con una presentación de Victoria Combalía (estilo presentadora -muy elegante- de TV), que dibuja la personalidad y trazos generales de la obra de Arroyo mediante un texto precioso, divertido, muy trabajado. Tras esta introducción pasamos a la entrevista en el ring. Se intuye a Combalia en off, lanzando sus preguntas a Arroyo sobre multitud de temas, separados por una carátula con título, juego escénico con col.lages y música en la que prima la percusión y ciertos aires flamencos. El texto que define a Arroyo frente al tema de cada capítulo también se nota escrito por la crítica de arte y gran conocedora del pintor, aunque desgraciadamente ya no lo dice ella, sino, cómo se solía imponer en la época, un locutor, lo que a mi juicio agudiza en demasía su tono didáctico, mientras que si hubiera sido ella misma quien lo hubiera dicho pasaría mucho mejor. Todo el documental está trufado de muchísimas imágenes de los cuadros y (preciosos) dibujos de Eduardo Arroyo, muchos de los cuales creo que no había visto nunca.
Los cuatro dictadores.
El pintor -que antes se ha mostrado amante del estilo literario periodístico de un Dos Passos o Hemingway- exhibe en la entrevista lo que Victoria Combalía ha definido de “locuacidad arroyadora” (sic) y, sin pelos en la lengua, lanza diatribas contra personajes de lo más consagrado, como Duchamp (“¿para qué me voy a ocupar de Duchamp, cuando todo está en Picabia?) o el mismísimo Miró, bromea con divertidos acercamientos a personajes como Blanco White (“doblemente blanco, proclive al mundo del detergente”) y denigra de la posición general en la época (luego me parece que se agravó mucho más) de los pintores (“Hoy un pintor habla bajo, se muestra muy respetuoso con el conservador de museos”).
Cuadro despectivo sobre Dali.
En resumidas cuentas, un acercamiento excepcional a la personalidad del pintor fallecido en octubre de 2018. Especialmente una señora del público, primero asombrada y luego admirada, pedía más.

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