Una pareja de amantes abrazados, a lo Chagall, vuelan. La pantalla parece recoger una ascensión superior y unas estrellas se ordenan y brillan dibujando el título del film: “Sobre lo infinito”. Así pues, vamos a contemplar todo un tratado filosófico: lo último de Roy Andersson.
La cinta (me parece que se permite seguir llamándola así, aunque de cinta ya nada) está compuesta de cortas escenas sueltas, cámara fija, separadas por un corte o un fundido en negro. La primera es genial, y marca una de las líneas de reflexión de todo lo que sigue: Esa pareja de la imagen que adjunto contempla silenciosa, sentada en el banco, el panorama (los cuadros suelen iniciarse con los actores en silencio y es difícil saber cual va a romper a hablar), en una acción de esas que el año pasado con tanto ahínco buscaba de “atalayar”. Ella sentencia: “ya estamos en septiembre...”
Bastantes de los personajes de la película son de edad avanzada o camino de ello, lo que da pie a que los ambientes en que se desenvuelven, sus casas, despachos, etc. tengan un cierto aire años 50/60 que, combinado con los colores pastel apagados del conjunto, el tono de las conversaciones y la risible angustia que se desprende de la contemplación de las diferentes acciones, hace que se agradezca, única entre todas, una central escena en la que tres jovencitas se ponen a bailar alegremente delante de un café, de la misma forma que la aparición de nuevo de la pareja de amantes chagallianos en abrazo, sobrevolando las ruinas de una ciudad estilo Dresde, confiere una poesía a algo que, junto al enorme humor de Andersson -el hombre de los desopilantes anuncios de compañías de seguros (pueden verse en YouTube)-, hace pasar la mar de bien una sesión que, de otra manera, conduciría a la mayor de las depresiones.
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